domingo, 24 de julio de 2005

Los muertos vivientes, de Kirkman y Moore (PdA)



Cubierta de la edición española.





LOS MUERTOS VIVIENTES (THE WALKING DEAD): DÍAS PASADOS

En una de las sorprendentemente escasas críticas negativas a la última película de George A. Romero, “Land of the Dead”, se dice que su director debe de ser el único que todavía piensa que el subgénero de muertos vivientes tiene algún tipo de uso alegórico válido. Es evidente que el furibundo comentarista no ha leído la obra de Robert Kirkman, “The walking dead”.

En su prólogo, Kirkman escribe que siempre gustó de las películas de muertos vivientes, y muy en particular de aquellas que no se quedaban en la superficie y empleaban criaturas y situaciones como vehículo metafórico. A modo de ilustración de lo dicho, nos cuenta que antes que con “El regreso de los muertos vivientes” (una joyita de humor negro más que rescatable dirigida en 1985 por Dan O’Bannon), se queda con “Dawn of the dead”, que, me temo, no es el “Amanecer de los muertos” dirigido por Zack Snyder en 2004, sino la película de 1978 de George Romero de la que aquella es remake, y que se estrenó en España hace bastantes años con el título “Zombi”. No deja de ser irónico que en la edición española del libro de Kirkman se traduzca el “Dawn of the dead” original por el “Amanecer de los muertos” de Snyder, justamente cuando se habla del gran potencial metafórico del subgénero, teniendo en cuenta que una de las diferencias más salientes del remake con respecto a la película de Romero es su apuesta por la acción descerebrada (cosa que no es mala de por sí) desechando buena parte de la intención satírica de su antecesora.

Como viene a ser habitual en Kirkman, los referentes de su trabajo se salen de lo meramente tebeístico y aparecen claras alusiones a muy diversas fuentes de inspiración (tan deliberadamente subrayadas por el autor como “Cosas de casa” y “Con ocho basta” en “Invencible”). En el caso de “The walking dead”, nos encontramos con una historia encuadrada en un subgénero de terror que hasta la fecha se ha desarrollado fundamentalmente en el cine, con contadísimos exponentes en otras disciplinas (en los videojuegos, claro, los “Resident Evil”; en el tebeo, las adaptaciones de “La noche de los muertos vivientes” y “Zombi”, esta última quizá lo peor de Steve Niles, y en literatura, las sobresalientes antologías de Skipp y Spector, “El libro de los muertos” y “Still dead”, ensayos de humor negro como la divertidísima “Zombie survival guide” de Max Brooks, y alguna novela aislada y no especialmente lograda tal que “Wet work” de Philip Nutman). Sin embargo, el mismo creador del subgénero, George Romero, reconoce el peso determinante en su obra de los comics de terror de la E. C. Dicha influencia es obvia en “Creepshow”, homenaje sentido y visualmente apabullante a los viejos tebeos de la factoría Gaines, pero está presente desde el primer momento con “La noche de los muertos vivientes”. Eso y Orson Welles.

En “The walking dead”, pues, el círculo se cierra, y lo que de alguna forma salió del comic vuelve al comic. Hasta cierto punto, podría ensayarse un análisis histórico del tebeo de terror entre ambos polos. ¿Qué ha cambiado entre Feldstein y Kirkman?

Se ha dicho a menudo, y con razón, que los comics de terror de la E. C. eran fundamentalmente moralistas, fábulas con conseja, y en ese sentido, el cadáver resucitado de entonces venía a ser símbolo de justicia ultraterrena y universal que siempre acababa prevaleciendo sobre la maldad de los hombres. El muerto viviente de Romero (y por ende, el de Kirkman), muy al contrario, representa el caos, la crisis que pone patas arriba nuestra sociedad de la noche a la mañana. No hay justificación, no hay razón específica ni causa reversible. En “La noche de los muertos vivientes” se hablaba de radiación traída de Venus por una aeronave, pero en las subsiguientes “Zombi” y “El día de los muertos” Romero desechó toda explicación de la epidemia, huyendo de ejercicios moralistas como, sirva el ejemplo cercano, la curiosa fábula ecologista de Jorge Grau, “No profanar el sueño de los muertos” (1974).

Los muertos vivientes son, entonces, el absurdo que golpea nuestras vidas sin previo aviso. Por desgracia, la representación ordenada e inteligible del caos, sea en forma de tebeo o de película, acaba generando fórmulas que hacen al caos predecible y (digámoslo así) anticaótico. Así ocurre en “The walking dead”: cuando un personaje que hasta ahora se ha mostrado hosco y poco colaborador comienza, por decreto del guionista, a hacer esfuerzos por resultarnos simpático, sabemos a ciencia cierta que podremos contemplar en breve su sangriento adiós a la vida. Es uno de los trucos más viejos del manual, memorablemente parodiado por la película “Hot shots” con el personaje llamado Fiambre, y Kirkman lo aplica tanto en este volumen como en los siguientes, todavía inéditos aquí. Compare el lector malicioso la ejecución de dicho truco en “The walking dead”, aceptablemente hábil aunque poco sutil, con un ejemplo muy pedestre y mecánico en “Amanecer de los muertos”, concretamente, el vigilante del centro comercial que de buenas a primeras cede el cargo de Capullo Oficial de la película a otro personaje y, sin mayor explicación, se convierte en un tipo entrañable dispuesto a sacrificarse y dejarse comer vivo por una horda de caníbales sobreanfetaminizados para que pueda escapar la misma gente a la que no le importaba condenar a muerte tan solo unas horas antes.

Hemos pasado pues, de las concisas (aunque verbosísimas) viñetas moralistas a extensas sagas sobre el absurdo existencial, de una truculencia explícita derivada de un cine que a su vez se inspiraba en la crudeza gráfica de esas primeras viñetas moralistas. De las cartelas redundantes a los diálogos de soap opera, que Kirkman domina con pericia digna de un Claremont. En el trayecto, además, se han inventado unos cuantos trucos nuevos, pequeñas variaciones sobre el tema clásico que con suerte acabarán incorporándose al canon. “The walking dead” cuenta, por si fuera poco, con unas cuantas escenas decididamente inquietantes que justificarían por sí solas la existencia del volumen y caben sin sonrojo alguno en una hipotética antología de momentos álgidos del subgénero.

Ironías y paradojas, de las que tanto gustan las historias de muertos vivientes: mientras los que vinieron después (Kirkman, Snyder, Niles) siguen cultivando las tierras que él descubrió, el pionero anda ahora retorciendo tuercas y llevando varios pasos más allá lo que entonces era novedad y hoy ha devenido tópico predecible. Los muertos vivientes del actual Romero (en “Land of the dead”, a la que aludimos brevemente en las primeras líneas de la reseña) no son los de Kirkman ni, obviamente, los del Romero de 1968, 1978 o incluso 1984, en los que se inspiró Kirkman (y el Alex Garland de “28 días después”). No por nada el guión de “Land of the dead” llevaba diez años dando tumbos hasta que por fin ha conseguido financiación. Como ha quedado de manifiesto, es más fácil conseguir dinero para un remake de sus viejas obras, revolucionarias en su día, que para una que sea revolucionaria hoy… o incluso hace diez años. Kirkman, al igual que los responsables de “Shaun of the Dead”, Edgar Wright y Simon Pegg (el último de los cuales escribió un epílogo entusiasta para la edición inglesa de “The walking dead”), no tiene propósito de revolucionar nada: se conforma con hacer uso, respetuoso y hábil, de los resortes y lugares comunes del subgénero, incluyendo, pese a quien le pese, su enorme potencial alegórico, para contar una larga historia que, como ha apuntado en alguna entrevista, no tiene particular deseo de concluir a corto plazo. Hay aquí un aire de familia no tan explícito y evidente con ciertas obras de Stephen King, en particular “La niebla” y “The stand”: la peregrinación postapocalíptica que actualiza a la sensibilidad contemporánea el “Pilgrim’s progress” de Bunyan, con o sin consuelo metafísico. En el caso de Kirkman, por ahora parece que más bien sin él.

En su narración pausada y serena, “The walking dead” llega en su tercer volumen (“Safety behind bars”) a una situación curiosamente similar a la que plantea “Land of the dead”. Decía Clive Barker que los zombis son la pesadilla liberal: “Las masas, a las que te encantaría amar, luchan por echar tu puerta abajo. Y tú intentas ser comprensivo, pero al fin y al cabo ellos se están comiendo al gato”. Algo tendrá el subgénero de valor alegórico cuando puede proyectarse cualquier ideología sobre sus premisas. Fabricando un tebeo de entretenimiento sin demasiadas pretensiones, Kirkman acaba formulando la misma paradoja que Romero: las barricadas que levantamos… ¿son para evitar que entre lo que hay fuera o que salga lo que hay dentro?

Kirkman, ya lo hemos machacado más veces de las precisas, no viene a descubrir la pólvora. Tampoco tiene el lector la impresión de que lo pretenda. Agita el viejo cóctel, le añade unas cuantas gotas de sabor personal y nos lo sirve como barman experto y avezado, con la colaboración inestimable de Tony Moore (a quien se echa de menos en el segundo volumen, “Miles behind us”, pese al buen trabajo de Adlard y Rathburn).

Quizá se pueda pedir más, pero después de una lectura tan gozosa no siente uno muchas ganas de ponerse exigente.

Los muertos vivientes (The Walking Dead): días pasados. De Robert Kirkman & Tony Moore. Planeta DeAgostini / WorldComics, Barcelona, 2005. Libro de cómics, 26 x 17 cm., 144 páginas, b/n

Reseña de Alejandro Romero.