martes, 19 de julio de 2005

El fotógrafo, de Guibert y Lefévre (Glénat)


Cubierta de la edición española, de Guibert




LA IMAGEN MUERTA CONNOTADA POR LA HISTORIETA.

Glénat sigue engrosando la colección de tebeos denominada Delicatessen, que pretende ser exquisita y cuidada, para la cual destina en esta ocasión una historia mestiza, de fotografía + historieta, que se debe a un reportero y a un historietista galos. El trabajo, documental pasa del libro de viajes al drama geopolítico y cristaliza con una sensación amarga de tránsito. Tránsito hacia la guerra, el caos y la muerte.

LA CONJUNCIÓN DE DOS MEDIOS
‘El fotógrafo’ es una obra que consiste una serie de libros de historietas donde se combinan el dibujo de Emmanuel Guibert y la fotografía de Didier Lefèvre editados por Dupuis en la colección Aire Libre. El experimento funcionó (30.000 ejemplares vendidos en Francia) hasta el punto de lograr en 2003 el premio Canal BD, otorgado por la principal cadena de librerías de cómic francesa. El segundo volumen obtuvo el Premio France Info al mejor cómic de actualidad.
La obra tuvo un origen poco común. En 1986, el biólogo y reportero Lefèvre se integró en una expedición a Afganistán junto con un equipo de Médicos Sin Fronteras y volvió a París con gran cantidad de fotografías, negativos y estáticos que quedaron apartados en un rincón tras publicar una selección de imágenes en las revistas para las que trabajaba. Guibert, que conectaba magníficamente con Lefèvre, le sugirió que este material dejado de lado podría ser aprovechable para contar una historia, la historia de la ‘liberación’ afgana. Con este material, tanta foto descartada y con un estilo de dibujo afín al daguerrotipo, Guibert nos hace llegar una historia dura y sensible en la que el protagonista no es tanto el equipo de Médicos Sin Fronteras, o la guerra, o Afganistán, como la pulsión de Lefèvre por obtener la fotografía perfecta. Esa que sólo se consigue tras buscar y buscar.
Esta declaración, la de querer hallar fotografías ‘verdaderamente’ buenas, la hacen los autores en el libro de historietas, pero también en una corta historieta titulada “Conversaciones bajo el cerezo” que aparece en el catálogo de la exposición ‘Las fotos de ’El fotógrafo’’, organizada por Médicos Sin Fronteras y Glénat con motivo de la presentación del libro en España. Esta muestra pudo visitarse en el Centre Internacional de Premsa de Barcelona (Rbla. Catalunya, 10, 1r piso).






Fragmento de la historieta incluida en el catálogo Las fotos de El fotógrafo, titulada "Conversación bajo el cerezo".






MSF prestó asistencia humanitaria a la población civil afgana durante 24 años. En julio de 2004, y tras el asesinato de cinco de sus miembros en una emboscada en la provincia de Badghis, MSF se vio obligada a tomar la difícil decisión de retirarse del país. El asesinato de trabajadores humanitarios y la creciente instrumentalización de la acción humanitaria por parte de los actores políticos y militares hicieron imposible que MSF continuase asistiendo al pueblo afgano, que acabó liderado por los mujahidines y paralizado por las guerras hasta la llegada de los talibanes en 1996. En 2001 cayó este régimen incapaz de gobernar el país. Sus habitantes, muchos emigrados, volvieron a habitar la aridez y la desolación de una tierra que se había convertido en un horizonte de muerte.
‘El fotógrafo’ refleja eso pero de manera sesgada. Este tebeo no pretende ahondar, de entrada, en esa herida histórica por más que se disfraza de género documental. Lo llamativo de la obra, en primera instancia, es su subversión de las cualidades del lenguaje de la historieta, que cede paso a la fotografía, medio que carece de similar propósito narrativo que los cómics. El dibujante, además, cede su capacidad para el dibujo con el fin de asimilarse al solarizado afín a lo fotográfico (como hace en sus viñetas, por ejemplo, El Roto, en un afán por acercarse a la actualidad). Aquí se procede así con el propósito aparente de acercar su dibujo a la estética de las fotografías en blanco y negro que va ordenando y a las que va confiriendo un hilo de historia. En este sentido, la historieta no guarda con la fotografía más que una cronología paralela y poco más. De hecho, Lefèvre no acierta a ‘retratar’ a algunos personajes. Es el caso de Juliette, mucho más bella y joven en las fotos que en los dibujos.
Lo que sí logran los autores es una obra de profundo calado documental que, al combinar imágenes reales con otras intercaladas que van dibujadas, aportan una panorámica del Afganistán sumido en la guerra entre soviéticos y mujahidin visto desde los ojos y los métodos de una organización no gubernamental, muy limitada en su capacidad de actuación.

ENTRANDO A OSCURAS EN UN BELLO INFIERNO
El tono primero de la lectura perece lento y tosco en su narratividad. Al relato le falta agilidad, a la historia le sobran escenas y el mensaje es equiparable al de una entrega de las Pilot Guide: mira cómo es la gente, qué curiosa vestimenta, vaya broma que me gastaron y en este plan.
Luego el tono cambia. Cambia con el primer fundido en negro, en el que Guibert ensaya dos páginas sumidas en la oscuridad para introducirnos en la cruda realidad del país (aún sin haber llegado). Esas dos páginas de penumbra, donde no ha lugar a fotos y por tanto no extraída del reportaje fotográfico original, reflejan una realidad pegajosa, la del calor, la de la carestía, y deviene en último término en una metáfora de la muerte. O del tránsito: el pago de la barca carontiana que lleva de Occidente a Oriente. El cierre de esta secuencia viene subrayado por una frase entre cómica y premonitoria: ‘En una misión humanitaria se sacrifica primero al fotógrafo’.
Luego, lector y personajes, ya de la mano tras esta comunión de sombras, entran en Afganistán y todo adquiere más vida, aunque las fotos siguen congeladas o al menos siguen siendo más estáticas que las viñetas. El tono didáctico prosigue y se nos informa sobre costumbres e idioma, y se aprecia un exceso de cartuchos de texto acompañando imágenes que hacen pensar en el porqué de molestarse en dibujarlas. Bastaría con fotografías, si eran las pretensiones del autor hacer un álbum de viaje.
Más, hallamos momentos brillantes en este tramo, momentos siempre sugeridos con la oscuridad cercana. Como el relato del alsaciano, que trae un mensaje de muerte atroz registrada en imágenes por los propios verdugos y que se usa como intermedio previo a la entrada en el país. Esta entrada se hace de nuevo bajo las sombras, incluso el fotógrafo y los médicos se refugian bajo un burka (pp. 35-36). Esta penumbra como metáfora de entrada a la tierra de la muerte, a un infierno árido y silente, puede que sea exagerada, pero asalta al lector con la misma fuerza de penetración que las lecciones sobre costumbres locales. No en vano, el autor subraya que la oscuridad es la antítesis de la vida allí: cuando recurre al flash se siente incómodo, pues no capta la vida como sería deseable.
Resulta revelador, siguiendo en esta línea, el episodio posterior en el que dejan atrás a un caballo moribundo. Su guía le dice a Lefèvre que allí no se remata a los caballos. Y que eso “no se puede cambiar”. Guibert dibuja luego a Lefèbre disparando su cámara. El caballo queda congelado en la siguiente imagen.
Ya está muerto.
Como lo está la anciana operada que luego encuentran en su camino. O el palafrenero con apariencia de espectro. ¿Y qué hay más muerto que una tumba? Como la que cierra este primer volumen: las dos últimas páginas del libro están dedicadas a la consagración de la muerte y del silencio. ¿Es esto Afganistán? ¿Es esto la guerra?
El panorama descrito mientras tanto es de una compleja belleza, dibujada con escasas líneas y contados detalles, con una sobriedad que conviene a la obra, sin duda. Como broma particular, Guibert rememora a Hergé para describir un paso por una cumbre nevada, acaso en alusión a esa ‘línea clara’ con que parece estar esculpido este paisaje.
A la postre, lo que más nos atrapa del relato es el conjunto de hábitos, dichos, tráficos y transacciones de las gentes del lugar. El concepto de familia, la postura y actitud de los hombres de rostros aquilinos y muñecas como troncos, la religión y la yijad, los fundamentalismos, la guerra… todo es tan extraño y intrigante que, a fuer de resultar sintético, los autores de ‘El fotógrafo’ nos están demostrando cuán lejos estamos los occidentales de poder comprender las motivaciones de estos pueblos del Oriente para comenzar una guerra, para emigrar, para sostener sus gobiernos o para atentar cruelmente contra gentes de Occidente en un panorama geopolítico externo globalizado.


REPORTAJE O TEBEO.
Roland Barthes, en su muy consultado 'El mensaje fotográfico', hablaba del cuadro diferencial de las connotaciones fotográficas en el contexto de las imágenes traumáticas. Él sostenía que en un proceso de significación fotográfica pueden captarse situaciones normalmente traumáticas pero
«(…) precisamente en ese momento son señaladas a través de un código retórico que las distancia, las sublima, las aplaca. Son raras las fotografías propiamente traumáticas, pues en fotografía el trauma es enteramente tributario de la certeza de que la escena tuvo realmente lugar: era necesario que ‘El fotógrafo’ estuviese allí (definición mítica de la denotación)».
Visto así, Lefèbre se encuentra en la posición oportuna para ejercer de connotador y Guibert en la pertinente distancia para ejercer de denotador. Recordemos que Barthes también estableció una suerte de norma que rezaba:
«(…) cuanto más directo es el trauma, tanto más difícil la connotación; o bien, el efecto de una fotografía es inversamente proporcional a su efecto traumático [porque] como toda significación bien estructurada, la connotación fotográfica es una actividad institucional. A nivel de la sociedad total, su función es integrar al hombre, es decir, tranquilizarlo. Todo código es a la vez arbitrario y racional y recurrir a un código es para el hombre un modo de comprobarse, de probarse a través de una razón y una libertad.»
‘El fotógrafo’ se integra en este escenario en el que el documento viajero denota una realidad multifacetada que queda connotada por el relato entreverado de Guibert. Su plasmación a través de la historieta resta acritud y horror a la realidad debido a la lejanía, e incluso ribetea el relato con belleza.

Es, a la vez, ‘El fotógrafo’ una historieta de narración a veces atropellada, resuelto con sobriedad, extraño por conjugar dos medios de lenguaje muy diferenciado (casi escapa, este híbrido, a la noción de tebeo), pero resuelto con algunos diálogos brillantes y con un mensaje de discreta admiración por una cultura que es mostrada como un viaje a los ojos del terror.
Para leer este tebeo de difícil digestión, se recomienda adjuntar el mencionado folleto promocional de la obra ‘Las fotografías de ’El fotógrafo’’, que incluye no sólo las mejores fotos del libro a gran tamaño, también bocetos, aspectos técnicos de este primer tebeo de la saga, dos textos de presentación reveladores y una historieta en la que se atiende a una conversación entre fotógrafo e historietista que muestra la pasión por la imagen y la búsqueda incesante que comporta el oficio que se halla ligado a ella, sea el de un autor de cómics, sea el de un reportero.


EL FOTÓGRAFO 1. De Didier Lefèvre, Emmanuel Guibert y Frédéric Lemercier. Ediciones Glénat, Barcelona, 2005
Cartoné. 80 págs. Color. 15 euros.

Reseña de Manuel Barrero.