Una de las cubiertas.
RESEÑA.- The Crystal Ballroom, Frank Thorne. Fantagraphics Books, Seattle, 2003. 112 páginas, b/n, cubiertas en color, en cartoné con camisa.
La primera impresión que produce la segunda parte de la biografía de Thorne es de frustración, porque tras haber leído Drawing Sexy Women uno esperaba encontrarse otra orgía gráfico icónica de recuerdos sobre la desvergüenza y el talento para dibujar. Este libro de 2001, subtitulado Autobiographical Sketches, era un recordatorio de algunos fragmentos de la vida de Frank Thorne, fabuloso dibujante de los cincuenta y que triunfó en la madurez, en los setenta, y más en década posterior, haciendo pública a los cuatro vientos su erotomanía. Fantagraphics editó a la par vida y arte de su autor, igual espíritu del libro coetáneo OPUS de Barry Windsor-Smith. Thorne se muestra lenguaraz, dichoso y verderón en su anecdotario vital, que hilvana con el repaso de algunos episodios de su carrera. Ahí nos interesa este libro, por esas jugosas píldoras de vida profesional (impagable el recuerdo/relato "Bonnie"), y por rellenar los huecos en blanco con bocetos a lápiz deliciosos, algunos muy, muy parecidos a los de nuestro Jordi Bernet. Como es bien sabido, en los bocetos queda lo más vibrante del dibujo, la frescura, la intención verdadera. Y, a Thorne, a fresco le ganan pocos.
Este libro no es lo mismo, de hecho no es una continuación o secuela como se le suele decir, en todo caso sería "precuela", y no versa sobre los mismos asuntos y desde luego no se abordan con el mismo tono, dilatándose aquí la modulación agridulce del relato.
Thorne es el mismo en The Crystal Ballroom, el gran maestro del lápiz estadounidense nacido en New Jersey que dibujó tantos y tantos westerns -destacando Tomahawk- y tebeos de romances, tantas y tantas mujeres hermosas y hombres en acción. El mismo que trabajó en Flash Gordon, en Jungle Jim, en Perry Mason, aquellos clásicos en los que fue medrando y que terminaron por convertirle en clásico a él. El mismo Thorne que adquirió popularidad por su trabajo en Red Sonja para Marvel y luego en su desenvoltura para dibujar chicas sexy y erotismo fantástico para 1984 / 1994 (Guita de Alizarr), Playboy (Moonshine McJugs), Heavy Metal (Lann) y National Lampoon (Danger Rangerette).
Así, mientras que en Drawing Sexy Women se detiene en este período de su trayectoria, en el que la figura femenina y sus formas más ebúrneas le reportaron reconocimiento y dinero, en su segunda entrega autobiográfica vuelve atrás, a su preadolescencia y adolescencia, para centrarse en otras pasiones, sobre todo en el jazz. Satchmo y Artie Shaw son aquí los imanes de su vida, mientras que Sinatra es un repelente. Pero también hay llamadas a la cultura popular de nuestro gusto, a Flash Gordon, a Sheena, cuyas evoluciones seguía Thorne con deleite.
Ilumina el texto el autor con sus propios dibujos, reproducidos desde el lápiz como ocurría con Drawing Sexy Women, excelentes trabajos que demuestran el enorme talento del veterano dibujante, uno de los más grandes dibujantes vivos de EE UU y que, así, en crudo, desde el boceto, permiten apreciar su dominio de la forma y de los espacios y su destacable capacidad como paisajista y anatomista (muy parecido en la base al mejor Horacio Altuna). La literatura de Thorne no es relevante, más bien resulta átona y aburrida, pero consigue a través de recuerdos dispersos, los de todos -la primera mujer desnuda, el primer beso, el primer sexo- embelesar al lector. El comic queda como uno más de los elementos del decorado de esta infancia agridulce entre paredes de madera: "There are two of them [Flash Gordon Sunday pages] on the wall from The Powermen of Mongo next to the photos of Bix Beiderbek and Cootie Williams". Esta frase lo representa.
Para un aficionado a la historieta resulta un producto esquivo y caro. Para un coleccionista, un libro meramente interesante con algunos hermosos dibujos.
Reseña de Manuel Barrero.
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