sábado, 6 de mayo de 2006

Vida de una niña, de Gloeckner


Triste vida de chica y otras historias

No puedo evitar evitar aquí parafrasear a Álvaro Pons cuando, en su carceldepapel.com, comentó que a veces daba gusto ser lector de cómics por poder disfrutar de obras como ésta, Vida de una niña, una recopilación de historietas de la dibujante de Filadelfia Phoebe Gloeckner en las que desnuda la parte de su pasado más oscura y que en su día publicó el pequeño sello Frog en los EE UU (A Child's Life and Other Stories, 1998).

Este ejercicio, el de mirar hacia atrás para mostrar lo más degradante de una biografía se ha convertido en una enseña de la historieta underground en cierta manera. Ya era así en el comienzo de la corriente, en los oscuros años cincuenta, cuando se narraban historias rurales y de horror en la América profunda en ciertos comic books. Pero sobre todo sería así en los comix de los años sesenta, aquellos que encumbraron a los desenfadados Shelton, Crumb, Pekar o Spain Rodriguez, autores de semblanzas de una vida marginal pero también propia, de una biografía de arrabal que podría no interesar a quienes buscaban evasión en la historieta, pero que daba fe de la existencia de otros modelos narrativos y para el entretenimiento.

Con el crepúsculo de la posmodernidad, en los noventa, en lo que se llamó el nuevo underground, volvió con fuerza esta necesidad de apurar vivencias en las magras páginas de los cómics de este género. O al menos se reavivó el pulso genérico. Ahí es donde entran obras como las de Matt, Seth o Cloeckner, en las que se hace difusa la frontera entre la ficción y lo vivido por lo extremo de las propuestas.

Pero es que, en realidad, uno exagera siempre que se narra a sí mismo...
Gloeckner nos refiere aquí la vida de una niña que evoluciona hasta ser mujer. Veinte años de su vida. Gran parte de las historietas fueron elaboradas en los últimos cinco años, un período en el cual la autora ya declaraba no sentir "la necesidad de esconderme". Pero no de su pasado, sino del hecho de mostrarse como autora de historietas, algo que en su trabajo (dibujante de manuales médicos) no estaba muy bien visto.

Resulta sorprendente, porque del contenido de este libro de historietas se escondería cualquier que lo hubiera vivido. Un padrastro tiránico y soberbio, una madre absolutamente desorientada e inhibida, un padre ausente, una niña sola. Sobre ella: una obsesión forzada por el sexo, una formulación despectiva y denigrante del concepto de mujer inculcada por el padrastro, abusos sexuales que ella acaba consintiendo aparentemente. Como dice Robert Crumb en el prólogo, la historieta "El tercer amor de Minnie" (también titulada "Pesadilla en la calle Polk") es una obra maestra de la historieta de este tipo, por su dibujo excelso pero ingrato, por el terrible panorama que se dibuja de una caída en la drogadicción, por la triste indiferencia con la que la autora parece recordarla... ¡dónde cabe más desconsuelo?!

Lo maravilloso de la autora es que, además, se refocila sobre el tema central de su relato (la sumisión a la avidez sexual de su padrastro) con perspectivas diferenciadas, como la que propone la historieta "La chica de otro mundo", donde se analiza el problema de una muchacha acosada desde la mirada de un joven ajeno a ella y a su mundo. Consigue añadir más desasosiego. Y, para concluir, con el portafolio de imágenes que nos brinda el editor, algunas de ellas retratos de vidas arrasadas, otras radiografías de podredumbre interior. Y qué decir de los dibujos resueltos con la técnica que ella habitualmente utiliza para la ilustración de libros médicos. ¡Sorprendentes, pero también escalofriantes!
Es importante este libro así mismo porque nos permite meditar sobre la 'popularizada' premisa de lo que cierta corriente psicológica llama 'movimiento de recuperación del niño'. Todos hemos visto alguna película o hemos leído alguna novela o algún tebeo en el que un personaje se porta vilmente o arrastra una terrible psicosis a causa de los malos tratos sufridos en la infancia, un trauma o una relación incestuosa. Muy habituales, muy eficaces para operar sobre la convicción del público espectador; muy populista también. Sobre la base de esta premisa, que no tenía basamento científico biológico (o sea, genético) pero sí aval pseudocientífico heredado de Freud, se constituyó todo un ejército de psicólogos que hicieron su agosto durante la década de los años noventa. Al no existir una metodología científica, ni estudios rigurosos que avalaran esta premisa, se fue creando un cuerpo de investigación que, incluso, alimentó la alarma pública con el fin de incrementar la clientela. "Usted está deprimido por un eco de su infancia, acuda a mi consulta y conversemos hasta rescatarlo", podría ser la frase publicitaria adecuada.

Phoebe Gloeckner debería haber sido, según esta corriente, una mujer más deprimida, ansiosa, suicida, drogadicta, sola y culpable, con acuciantes problemas sexuales... todo ello debido a que sufrió abuso sexual de niña / adolescente que le impregnó para toda la vida. Todo ello si atendemos a los trabajos publicados en 1986 en revistas tan prestigiosas como American Journal of Psychiatry o Clinical Psychology Review. Estos trabajos influyeron poderosamente sobre los terapeutas de la década siguiente, pese a que su metodología no era clara y desdeñaron otras posibilidades a la hora de extraer conclusiones (las personas escogidas para hacer el estudio fueron adultos con problemas que contestaron anuncios de "víctimas de incesto"). Algo similar a lo que pasó con Fredric Wertham cuando consideró unos delincuentes en potencia a los lectores de tebeos: los chicos analizados eran problemáticos de antemano.

En realidad los traumas infantiles dañan tanto a la persona como los traumas sufridos en edad adulta, y los últimos estudios vienen a demostrar que la capacidad de adaptabilidad del ser humano da al niño mayores posibilidades de recuperación postraumática que a un adulto. Y, a la postre, revivir la experiencia, rescatar los recuerdos para enfrentarse a ellos y alcanzar así una catarsis o superación del trauma, puede ser más perjucidial que aprender a vivir con ello sin necesidad de desviar la culpa (achacársela a los progenitores o a los adultos circundantes en su infancia). Gloeckner, en su tebeo, nos demuestra que no acude a revivir los acontecimientos vergonzantes para depurarse, sino porque considera que es un objeto relatable, un tema suficientemente poderoso como para construir un relato sin prejuicios ni juicios embolismáticos. Nos muestra una historia de dolor, de sometimiento y de tristeza, pero no una terapia.

Eso es bueno. Ella es una superviviente, sí, pero no es prisionera del pasado. Y sabe que es importante enfrentarse a las responsabilidades y carencias y mirar hacia el futuro. En este caso, Phoebe debería vigilar su conducta en relación con la de su madre, una auténtica... ejem. De ese tipo de indolencias y despreocupaciones paternas o maternas sí que se han derivado trastornos en la adolescencia o la edad adulta. ¡Velad por vuestro hijos, leñe!
Y, volviendo al comienzo de esta reseña, no sólo Vida de una niña es un magnífico tebeo, es que es una de esas obras que distinguen a este medio de otros. Ni la literatura ni el cine ni otros medios podrían aportar al lector las sensaciones que brinda este libro: historieta resuelta con diferentes estilos gráficos, sexo explícito y simbolizaciones imposibles en otros medios. Y están esas ilustraciones anejas, que generan una sensación paralela de zozobra...

En efecto, a veces somos muy afortunados por ser lectores de cómics.

Vida de una niña, de Phoeve Gloeckner
La Cúpula: Novela Gráfica, s/n
Libro de historietas en rústica, 24 X 17 cm., 148 páginas, b/n, 8.95 euros
Texto promocional:
"Phoebe Gloeckner consigue lo que está al alcance de muy pocos: convertir su autobiografía en una obra universal. Su exquisito trazo y su capacidad narrativa para imprimir impacto emocional a su relato se combinan en esta genial recopilación, que nos habla de la condición humana con dolor, empatía y humor. Lee este libro y descubre de qué están hechos los cómics."

Reseña de Manuel Barrero. Tebeosfera recibió servicio de prensa de La Cúpula.

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