martes, 23 de mayo de 2006

Star-Lord, de Claremont y Byrne

CLÁSICOS MARVEL B/N: STAR-LORD.

Astronauta de guardería

Reseña por Antonio Santos


Rescatamos del polvoriento olvido esta obra singular, en la que cabe señalar que, como lectores encallecidos, asumimos como legítimo que los personajes actúen conforme a unas licencias intrínsecamente válidas para su entorno y sin vigencia en el nuestro. Son los recursos con los que cuenta el héroe para, como diría el Bardo, alzarse contra el piélago de calamidades que el malo le arroja a fin de exterminarlo.

En la obra reseñada, dichas licencias brillan por su ausencia.


Datos técnicos.-

CLÁSICOS MARVEL B/N: STAR-LORD. Material MARVEL de campanillas guionizado por STEVE ENGLEHART, CHRIS CLAREMONT y DOUG MOENCH. Ilustrado por STEVE GAN, JOHN BYRNE, CARMINE INFANTINO, BILL SIENKIWICZ, GENE COLAN y TOM SUTTON. Entintados para la posteridad por Steve Gan, TERRY AUSTIN, BOB WIACEK, Carmine Infantino, BOB MCLEOD, TOM PALMER y Tom Sutton. Traducido por A.M. FERRÉ, rotulado por MÓNICA CARRIÓN. Suculentos prólogo y epílogo de RAFAEL MARÍN. ISBN: 84-395-9542-5. Volumen de 306 páginas, formato 19x27 cms. Coste: 12 euros.


En el principio.-

PETER JASON QUILL (y no temáis olvidar el nombre, porque los autores se encargarán de que no lo hagáis), un chavalín huraño digno de ABDUCIDOS, trágicamente marcado por el asesinato de su madre a manos de unos escamosos del espacio, se convierte en un feroz astronauta que trasciende “la carne” (y sus tentaciones, dijéramos) para, escogido por el SEÑOR DEL SOL (nombre idóneo para una marca de café o un ron), convertirse en un arquetipo, STAR-LORD, aparente paladín de la justicia universal y que dedica todo su tiempo, energía, talento y recursos en vagabundear por el Universo sin oficio ni beneficio, expuesto a la LEY DE VAGOS Y MALEANTES, emporcándose en alguna aventurilla o dos ocasionalmente, como para justificar su status de héroe y ya está, no vayáis a cansarlo mucho.


De culto.-

Los textos de Rafael Marín poseen un importante valor informativo que nos instruye a cerca del espíritu e influencias que, presuntamente, fecundan Star-Lord, obra empero un tanto desquiciada y disparatada sin clara función, ni en su Universo teórico ni en el nuestro práctico. No es una obra digna de la década cínica y negra de 1970, por mucho que lo diga su DNI, sino más bien de los 1960 psicodélicos y emporretados, redescubridora del tedioso EL SEÑOR DE LOS ANILLOS.

La línea matriz marcada por Englehart, padre de la criatura, impregnaba de misticismo y astrología la biografía de este Star-Lord que tanto promete ser y hacer en sus primeras páginas, elementos que de un plumazo barre el aberrante Claremont para convertir al personaje en un extraño vaquero sin rumbo, y como siempre, sin oficio ni beneficio, enharinado en los flujos conspiratorios de un imperio galáctico que ha hecho cuanto ha podido por ignorar el planeta Tierra en vez de absorberlo en su férula, pese a lo muy bien conocido que su emperador se conoce nuestro paradero. Redecora todo el pasado de Peter Quill (el niño con ascendente mesiánico, BUDA estelar en ciernes) y lo transforma en heredero de un trono galáctico que desdeña, porque, entiende Claremont, ningún héroe que se precie lo es sin linaje regio y tendencias republicanas. Los esperpentos típicos de este pretencioso autor, con su prosa pirotécnica, huera, y sus argumentos dignos de los KEYSTONE'S KOPS, inundan las páginas. De poco me vale saber que Claremont es fan de HEINLEIN. Su Star-Lord está a años luz de ganarse la ciudadanía, conforme a los estándares establecidos en TROPAS DEL ESPACIO, con su carácter.

Para cuando Moench (guionista de competencia y talento más que probado) hereda el invento mortalmente violado de Englehart, lo hace mal, titubeante, torpe. Prosigue la estela, errática y confusa, de Claremont, para hallar finalmente su camino, en la historia que cierra el tomo, aunque ya es tarde. Como su predecesor, cae en la tentación de reacondicionar la vivienda biográfica de Quill, y descubrimos que el Señor del Sol, entidad de aspecto maniqueo y poderes “sobrenaturales”, resulta ser miembro de la misma raza que asesinó a la madre del futuro Star-Lord, morfeado en un cameo pordiosero del robusto Dios plasmado por MIGUEL ÁNGEL en la CAPILLA SIXTINA.

Obviamente, sólo como “de culto” puede aceptarse una obra que padece de tantos y tan profundos removimientos argumentales. Sin duda, jamás caló en la aceptación popular, y no quizás tanto por su espaciada aparición como por su dislocada trayectoria. Pero, en fin, debe haber de todo, para satisfacer todos los apetitos. Aunque Star-Lord sacia unos apetitos de mal gusto.


Lo que debió ser Star-Lord y jamás fue o será.-

Star-Lord no pasa de ser una SAD COPY de FLASH GORDON y JOHN CARTER. Sus elementos, más que ninguna otra influencia, salpican sus viñetas. El mismo diseño de su uniforme delata el recuerdo del deportista ario que tan denodadamente se enfrenta al tirano de MONGO. Pero al contrario que el no novio de DALE ARDEN, Gordon jamás temió ajustarle las cuentas al villano de turno. Peter Quill, en cambio, duda, tiembla, teme. Esgrime su forzado credo: NO MATARÉ, más que como una firme declaración moral de intenciones, por ende editorialmente impuesta, como una permanente confesión de impotencia sexual. Su carácter, salvaje y despótico al principio, se transforma en melaza enfermiza poco después, reduciéndolo a una plañidera nenaza estelar.

¿Qué es un Star-Lord? Imaginamos, a tenor de los dones que esgrime a punta de pistola, que se trata de una especie de entidad justiciera marcada, en el caso de Quill, por un singular y trágico sino. (A la prolija exposición de referencias hecha por Marín le falta incluir DALLAS o FALCON CREST, por sus elementos de culebrón a los que Claremont apeló para narrar los antecedentes familiares de Quill, magníficamente ilustrados por un Byrne principiante pero en la plenitud de sus facultades.) Y empleará sus talentos contra el mal donde quiera que aparezca, actuando expeditivamente cuando las circunstancias lo demanden. Mas nos ha salido un paladín del talante y el diálogo, este Star-Lord, cuya toda meta parece la de satisfacer su onanismo espacial. Por pura estadística, alguna aventura le tocará vivir.

Pero, ¡qué forma de malgastar un personaje dotado de tantos elementos de interés! ¿En qué pensaban esos tipos?

Es muy pobre y lineal la ciencia ficción exhibida en esta obra; a veces se vuelve retrotópica. ¡Cómo se añora la tecnología descrita por DAN SIMMONS y que podríamos esperar hallar en los artefactos alienígenas! Y cuando algún elemento logra destacar, no faltan contraelementos para anularlo. Y, en medio de todo esto, la iterativa fijación de Quill por el quinto mandamiento; a veces, es todo su diálogo, expresado a las buenas de Dios, sin motivo alguno.

Su relación con una nave que es la consciencia de una estrella (!) –a CARL SAGAN le interesaría, tal vez-, tiene algo de incestuoso, porque en NAVE, la leal compañera y paño de lágrimas de Star-Lord, apreciamos conductas maternales. Parlotea incansable y huecamente, siempre acosada ora por feroces cazas armados nuclearmente o por un remordimiento o deseo (insano) que puede motivar a Quill a levantarse del sofá y meterse en algún jaleo.

Y es buena cosa que Marín mencione a JUDGE DREDD: este Star-Lord me ha recordado, poderosamente, la ingeniosa saga de LA BÚSQUEDA DEL JUEZ NIÑO, donde sus autores parecen guiñarte irónicamente y a propósito de Star-Lord. Por supuesto, Dredd, personaje íntegro, con un origen y una meta definidos (no el plañidero devaneo estelar de Quill), juega al Star-Lord de un modo más competente que el auténtico, llevando la Ley y el Orden a aquellos planetas díscolos o con aspiraciones imperialistas y conquistadoras.


Resumiendo.-

Star-Lord se trata de un excelente material dolorosamente desperdiciado por la incapacidad de aquellos que tuvieron la oportunidad de tratarlo. Quizás pudo llegar a ser un tebeo insigne si hubiese seguido pautas convencionales, para luego madurar en su propia línea. Espacio tenía de sobras. Pero, en vez de eso, y exponiendo un frustrado deseo de emulación y aprovechamiento, tratando de beneficiarse de la estela de STAR WARS, queda para la posteridad como un confuso híbrido, con trastorno bipolar, que unas veces nace de una manera y otras de otro, según el ánimo del guionista de turno.

Si Star-Lord debe volver a cruzar el firmamento, confiemos en que sea en manos de alguien mucho más competente y consciente del pleno potencial del personaje, a diferencia del elenco que, hasta ahora, dirigió su destino gráfico.


La página.-

Alguna hay entre las de Byrne.

La frase.-

Absurdas todas las de Claremont.

Lo mejor.-

Byrne y Sutton.

Lo peor.-

La forma como malograron el invento.


Reseña de Antonio Santos, de su serie La voz en el desierto/ entrega 18


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