jueves, 29 de diciembre de 2005

La risa de la calavera


LA RISA DE LA CALAVERA (José Guadalupe Posada en Sevilla)

Por José Luis Castro Lombilla

«La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas,

güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera».

J.G. Posada

La vida es un largo camino hacia ninguna parte. Nuestra existencia no corre como un río hacia el mar de la muerte porque desde el principio formamos parte de él. Ni nacemos para morir porque estamos muertos, ni estamos abocados a la nada porque somos nada. Jorge Manrique se equivocaba y el nihilismo no da respuestas adecuadas para esta terrible realidad. Sólo somos cadáveres disfrazados de nosotros mismos, pobres seres ilusos que sueñan que viven mientras la calavera que llevamos puesta ríe sabedora de su triunfo. Ante esta demoledora realidad sólo un camino nos queda: reírnos, mirarnos en el espejo y reír, anteponiendo a la risa eterna de nuestra cruel calavera la frágil sonrisa de nuestra piel de vivos ficticios. También podemos mirar las calaveras de José Guadalupe Posada.

El 20 de octubre de 2005 se inauguró en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla una fabulosa exposición retrospectiva, la primera en España, sobre la obra del grabador mexicano José Guadalupe Posada (Aguascalientes 1852 - México D.F., 1913) en colaboración con el Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Esta exposición, que durará hasta el 12 de febrero de 2006, es una oportunidad única para conocer a un gran artista que sigue siendo desconocido en España.

Posada, heredero de una tradición literaria y gráfica popular que se originó en la Europa de la baja Edad Media y que se trasladó a América a través de imprentas sevillanas como el taller de los Cromberger, ha vuelto a esta ciudad, patria madre de su arte, como para reclamar el simbólico título de hijo predilecto, de rey absoluto de ese grabado popular que un lejano día de 1539 embarcó en el puerto de Sevilla para llegar a México y así, con el tiempo, culminando un largo viaje de cuatro siglos, regresar con esta preciosa colección mexicana. De nuevo Sevilla es receptora de los tesoros del Nuevo Mundo.

Sin duda, uno de los grandes legados de la ya lejana Exposición Universal de 1992 realizada en Sevilla fue la rehabilitación del Monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas. Allí, desde 1997, se ubica el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Creado en 1990, este centro es quizá el puente más importante de los pocos que unen a esta ciudad endogámica con el mundo moderno.

Así como no todo lo contemporáneo es moderno, hay artistas del pasado que gozan aún hoy de auténtica modernidad. Este es el caso de José Guadalupe Posada y su obra que constituye un fenómeno estético y cultural cuyo estudio puede arrojar datos muy interesantes en el análisis de la función (social, política y estética) de las prácticas artísticas del mundo contemporáneo. Uno de sus epígonos más conocido, el muralista Diego Rivera, lo compara con Goya o Callot. Para Rivera, Posada fue precursor de un nuevo tipo de artista que desde una perspectiva crítica reflexiona sobre la relación entre poder y ciudadano. Sus ilustraciones, según Rivera, «expresan el dolor, la alegría y la aspiración angustiosa del pueblo de México».

Con más de 650 piezas, de las cuales 54 son placas originales que nunca se habían expuesto fuera de territorio mexicano, esta exposición nos da una visión global de todas las etapas de producción de Posada, tanto grabados realizados con placas hechas por transferencia manual sobre madera o metal, como por transferencia fotomecánica o impresos bajo diferentes técnicas y de todas las temáticas abordadas por el artista a lo largo de su carrera desde crónicas de sucesos a cartas de amor, pasando por corridos, caricaturas políticas, manuales técnicos, estampas religiosas, ilustraciones sobre tauromaquia o cuentos infantiles.

Fiel retratista de una época, Posada trasladó al papel la realidad de un país angustiado por las revueltas del siglo XIX y confuso ante la llegada de un nuevo siglo.

Cada época necesita de alguien que la narre. La Historia sólo es un cuadro al óleo, una novela, un poema, una película. Esa historia dentro de la historia de México que es el llamado Porfiriato, largo período de paz («del sepulcro») militar, de crecimiento económico bajo la bondadosa férula del general Porfirio Díaz ("El Caudillo Necesario"), que duró de 1877 a 1910, y la posterior Revolución, existe porque lo grabó José Guadalupe Posada. En palabras del director general del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, Saúl Juárez Vega, en la presentación que hace dentro del magnífico catálogo que ha editado el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo junto a la editorial RM: «En más de un sentido, José Guadalupe Posada es fundamental para la historia de la cultura mexicana. Se trata del artista gráfico por antonomasia, el que mejor logró fijar en blanco y negro el México delirante y luminoso que comenzaba a gozar de la estabilidad provisional lograda durante el porfiriato».

Posada, quien se consideraba un trabajador más que un artista, puso su arte al servicio de los sectores sociales que carecían de espacios públicos para expresar sus opiniones y sentimientos. Comenzó con dieciséis años a trabajar como litógrafo en el taller local del maestro Trinidad Pedroza. Más tarde ingresa en la Academia Municipal de Dibujo donde, llevado de la ideología liberal de su maestro, participa en 1871 en la edición del semanario progresista El Jicote, un periódico hablador, pero no embustero, que fue muy crítico con el gobierno de la época y cuyo mayor atractivo eran las litografías caricaturescas de Posada. Por motivos políticos debe trasladarse, en compañía de Pedroza, a un pueblo de la provincia de Guanajuato, donde da clases en la Escuela Secundaria y se dedica a la realización de litografías con un estilo marcadamente afrancesado y académico, muy lejano aún del tono incisivo que caracteriza su gráfica posterior, para ilustraciones de libros, tarjetas de visita, estampas religiosas, etiquetas para medicamentos, puros y cajetillas de cerillas. En 1888 se traslada a México D.F. donde monta su propio taller, situado muy próximo a la imprenta de Vanegas Arroyo, editor y activo trabajador durante la República, y donde aprende el grabado en lámina de cinc y realiza trabajos, dentro aún de la línea académica pulcra y sofisticada, para publicaciones como La patria ilustrada o Revista de México para la burguesía local. Pronto empezó a decantarse por un estilo mucho más popularizante, realizando viñetas satíricas para periódicos y semanarios dirigidos a la clase obrera: La Guacamaya, El Diablito Bromista, Don Cucufate, El Periquillo Samiento o San Lunes.

En 1890 comenzó a colaborar con Vanegas Arroyo en la Gaceta Callejera, haciendo las ilustraciones de vidas de santos, corridos, leyendas, canciones, horóscopos, chistes y demás literatura popular, que era distribuida en ferias, mercados o en las calles a las gentes del pueblo. En estos trabajos cristaliza definitivamente su lenguaje gráfico que incorpora elementos muy novedosos a tradiciones preexistentes como las hojas volantes, con ilustraciones de sucesos políticos, robos, asesinatos y desastres naturales (desde la muerte del papa León XIII hasta la caída de Porfirio Díaz, pasando por parricidios, descarrilamientos o actos sacrílegos); los corridos (herederos de los romances), muchos de los cuales dieron testimonio de los prolegómenos e inicios de la Revolución mexicana; o las calaveras o calacas y esqueletos, un género genuinamente mexicano que ha quedado indisolublemente ligado a la obra de Posada.

Como opositor al régimen de Porfirio Díaz, publicó en el periódico El Hijo del Ahuizote distintas caricaturas en alusión a los abusos del gobierno y las intrigas políticas.

Su obra, claro precedente del muralismo mexicano, puede clasificarse en tres etapas: la primera, hasta 1888, representada por la producción de litografías; la segunda, por xilografías, introduciendo la técnica del grabado de cinc y la tercera etapa en la que alternó su trabajo de reportero gráfico y de grabador.

El privilegiado visitante de la exposición de Posada en Sevilla, será recibido por la inquietante sonrisa de la más popular de sus creaciones: La catrina. Esta feliz señorona de sonrisa eterna y penetrante mirada desde sus cuencas vacías, tocada con un exuberante sombrero emplumado, que representa una burla a la clase alta del Porfiriato, es la anfitriona ideal de esta humorística fiesta macabra. Las calaveras de Posada, como en las aleccionadoras danzas de la muerte, nos rondarán, divertidas, por los blancos espacios del Monasterio de la Cartuja mientras recorremos, absortos, el retablo del México porfiriano y revolucionario que son los magistrales y contundentes grabados de José Guadalupe Posada.

El catálogo de la exposición, imbuido del ingenio de Posada, se nos presenta en un lujoso tomo cuyas páginas se dividen en colores, verde, blanco y rojo, formando así un curioso catálogo / bandera de México. En él, además de la información sobre las más de seiscientas piezas que componen la muestra, una introducción del comisario de la misma, José Lebrero Stals, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, y una biografía de Posada, se incluyen artículos de dos especialistas: el bibliógrafo mexicano Mercurio López (dueño de la mayor parte de las obras de la exposición), y la historiadora Monserrat Galí. Para ésta, el objetivo de las calaveras de Posada al igual que el de otros artistas mexicanos que cultivaron este tipo de iconografía, no es hablar de la muerte en un sentido religioso o trascendente, sino plantear una reflexión sobre los vivos, sobre sus defectos, flaquezas y vicios. Así, las calaveras no tienen en el fondo mucho que ver con la muerte y mucho menos con reflexiones trascendentes, sino con todo aquello de los vivos que se presta a la sátira, la burla y al "relajo". Las calaveras de Posada reflejan la podredumbre política y social del México de la época. El grabado de Posada, en palabras de Galí, «se transforma en un desfile de personajes, desde los más grotescos hasta los más entrañables: los fenómenos de la naturaleza, los borrachos, los aguadores y demás vendedores callejeros, las soldaderas, las vendedoras en los tianguis, las indígenas en las trajineras de Xochimilco y Santa Anita, políticos, bandidos, cirqueros y maromeros, charros a caballo, policías y federales; éstos a su vez los tranforma en calaveras, y entonces el desfile de la vida se convierte en la Danza macabra».

Según Mercurio López, «en la obra del grabador mexicano José Guadalupe Posada se distinguen algunos opuestos que se unen: artesano-artista, arcaico-moderno, creyente-infiel, refinado-vulgar, sagrado-maldito, rural-urbano, optimista-trágico, revolucionario-reaccionario. El primer encuentro con estas contradicciones nos puede llevar a concluir que se trata de un hombre voluble, sin compromiso ni principios. Pero en una segunda mirada la respuesta no es tan clara. Posada estaba fuertemente ligado a su arte, entregado al diseño de imágenes imponentes, rendido en la búsqueda del mensaje eficaz. Las contradicciones en su obra corresponden a su época. Son espejo fiel de un tiempo de cambios acelerados: el fin y el principio de los siglos XIX y XX, el esplendor y el ocaso del porfiriato, grandes contrastes sociales, la llegada de la locomotora y la luz eléctrica, el nacionalismo y afrancesamiento de la sociedad, la revolución...»

Habrá de tener cuidado el visitante de esta exposición. Mientras observa entre risueño, curioso, horrorizado o indignado y disfruta de los diferentes estilos de Posada, de las composiciones llenas de movimiento, de la fuerza del gesto de los personajes y las contundentes escenas, podría ser atropellado por unos delirantes esqueletos tocados con los más diversos sombreros que montan divertidos en bicicletas formando un patético grupo. O mientras mira las tremendistas escenas con las que Posada ilustra diversos sucesos sangrientos («Un espíritu maligno en figura de mujer bonita», «¡¡¡¡Una niña calumniadora, a quien se lleva el demonio!!!!»), la calavera de Don Quijote, montado a su vez en el esqueleto de Rocinante, puede traspasarlo con su lanza. Mientras el desprevenido visitante observa los delicados grabados de cartas de amor, o los que cuentan la Revolución con dibujos de Madero o Zapata, cientos de calaveras enanas de un descontrolado ejército revolucionario, podría atacarlo. O la calavera ominosa de algún general podría traspasarlo con su sable de muerte. También pudiera ser que el incauto visitante fuera atacado por alguno de los animales ponzoñosos, culebras o serpientes que Posada tomó como símbolos populares, mientras disfruta con las estampas religiosas de la Virgen de Guadalupe. Sin darse cuenta, el visitante podría encontrarse de momento, sin saber bien cómo pasó, bailando un baile mortal con unos coquetos esqueletos de meseras mientras es rodeado por el hombre serpiente del cólera morbo, asaltado por la calavera de Don Juan Tenorio («Yo soy Don Juan Tenorio y sin quimeras haré platos de vuestras calaveras»), y todo envuelto en el ensordecedor mar de cientos de mandíbulas descarnadas entrechocándose por la risa.

Una visita a la exposición Posada, el grabador mexicano es un viaje a un mundo alucinante y alucinado; una alucinación en forma de grabado. Estas calaveras, estas imágenes críticas que Posada utilizó para evidenciar la desigualdad e injusticia social existente en la sociedad porfiriana, con las que cuestionaba su moralidad y su culto por la modernidad; con las que describió el espíritu del pueblo mexicano desde los asuntos políticos, la vida cotidiana, el miedo al cambio de siglo, a los desastres naturales; sus creencias religiosas, la magia..., son como el sueño de Sísifo hecho realidad. Lo que el bromista mitológico no consiguió, lo ha conseguido un mexicano a caballo entre el final del siglo XIX y el principio del XX. La muerte no existe porque estamos todos muertos. Libres del disfraz de carne, seguimos viviendo nuestra muerte en una eterna danza macabra en los grabados de Posada que son como un tratado moderno del Ars Moriendi renacentista.

En su último libro, Las intermitencias de la muerte, José Saramago reflexiona sobre qué pasaría en un mundo sin muerte. Posada, como corrigiendo al genial escritor portugués, nos demostró que no hay muerte porque todos somos calaveras festivas que danzan sin parar, igualadas por la podredumbre y la corrupción las altas señoritingas enjoyadas y las pobres sirvientas, los altos mandatarios solemnes y los campesinos sudorosos.

El seguidor más conspicuo de Posada, Diego Rivera, resume magistralmente la filosofía de José Guadalupe Posada, el grabador mexicano:

«... Todos son calaveras, desde los gatos y garbanceras, hasta Don Porfirio y Zapata, pasando por todos los rancheros, artesanos y catrines, sin olvidar a los obreros, campesinos y hasta los gachupines. Seguramente, ninguna burguesía ha tenido tan mala suerte como la mexicana, por haber tenido como relator justiciero de sus modos, acciones y andanzas, al grabador genial e incomparable Guadalupe Posada. Su buril agudo no dio cuartel ni a ricos ni a pobres; a éstos les señaló sus debilidades con simpatía, y a los otros, con cada grabado les arrojó a la cara el vitriolo que corroyó el metal en que Posada creó su obra».

Reseña por Lombilla. Tebeosfera recibió servicio de prensa del CAAC