lunes, 12 de diciembre de 2005

El clavo, de Zombie, Niles, Jones (Norma)


EL CLAVO


He aquí uno de los primeros lanzamientos de Creep Entertainment, la sociedad fundada por Rob Zombie y el destajista de las viñetas de terror Steve Niles para dar salida a las creaciones de ambos. Las expectativas que pudiera haber hacia el resultado dependerán de cada quien, si bien parece darse cierto consenso crítico en cuanto a Niles como autor tirando a chapucero. En todo caso, y aunque los guionistas dicen haber trabajado mano a mano, El clavo parece una idea de Rob Zombie llevada a la práctica por Niles con el descuido que por desgracia le viene caracterizando.

La historia podría haber dado algo más de sí: un profesional de lucha libre francamente pintoresco (es el Clavo del título, y debe su nombre a la práctica de emplear en combate los clavos que le lanza el público, cogidos entre los dedos a modo bastante reminiscente de las garras de cierto personaje de los X-Men) se ve envuelto por casualidad en una serie de sacrificios rituales de vírgenes que tienen por objeto la resurrección de un puritano cazador de brujas. Tales premisas, y es una lástima, se traducen en una narración arquetípica resuelta de forma casi insultantemente mecánica.

Después de una escena inicial aceptable, los autores nos presentan al Clavo en pleno combate y ya desde la primera viñeta accedemos a sus pensamientos («Jesucristo, soy demasiado viejo para esto. Es como si la puta columna se me fuera a partir en dos»). Esto no tendría que ser malo de por sí, si no fuese sintomático de la fórmula narrativa que domina el tebeo, siempre propenso a adoptar la solución más fácil... en el mal sentido de la palabra. Hay formas más sutiles y eficaces de transmitir esa misma información y en general, leyendo el tebeo, uno tiene la molesta sensación de que a sus responsables no les apetecía (o quizá no podían permitírselo por motivos de tiempo) complicarse demasiado la vida para elevar su trabajo por encima del nivel más básico de legibilidad.

¿Se podía esperar algo más de ellos? En el caso de Zombie, sin duda. Sus anteriores incursiones en el cómic no es que hayan sido demasiado brillantes: la serie que estuvo escribiendo antes de Creep Entertainment, “Spookshow International”, sólo se podría recomendar a sus fans más acérrimos. Como las letras de sus canciones, tanto con el grupo White Zombie como en sus discos en solitario, las historias que contaba eran antes crípticos inventarios de referencias subculturales que narraciones coherentes. Aun así, no se les podía negar la impronta de una personalidad inconfundible y un sentido del humor negro de lo más afilado.

Cuando Zombie dio el salto al cine, dirigió una primera película, La casa de los mil cadáveres, de cuyo guión podría decirse que participaba de las mismas características. Eso sí, a ello se añadía otro elemento: un cuidado formal del producto más que notable, que hizo a algún crítico de ceja alzada (el de El País, sin ir más lejos) lamentarse del desperdicio de talento visual para, poco más o menos, semejante mamarrachada. Después vino Los renegados del diablo (aunque en España casi nadie supo de su fugacísimo paso por la cartelera), donde Zombie daba un importante salto cualitativo, no sólo en el guión (bastante más sólido y mejor trabado que el de la película anterior) sino también en el aspecto en que había destacado antes, la forma. Los renegados del diablo es, amén de un ejercicio de crueldad, de épica de la violencia y casi agresión al espectador bienintencionado, una pieza de cine esteticista de altísimo nivel, con secuencias que huelen a clásico. Como ejemplo a vuelapluma, el final, conclusión lógica del argumento y apoteosis del espectáculo audiovisual que se ha servido al respetable.

¿Podría haber ocurrido lo mismo con El Clavo, podría haber sido a “Spookshow International” lo que Los renegados el diablo a La casa de los mil cadáveres? Tal vez. ¿Teníamos derecho, nosotros los sufridos lectores, a esperar algo así? Por pedir que no quede, aunque quien lo haga difícilmente quedará satisfecho. Quizá sea por el color de Jay Fotos, pero la sangre de El clavo es mermelada de fresa, y hay alguna secuencia que quiere ser impactante y se queda en deprimente, como aquella en la que le arrancan los brazos a un personaje y uno se pregunta si lo que sale de los muñones son chorros de sangre o es que le están creciendo alas de mariposa. Esto, viniendo bajo el sello del autor de Los renegados del diablo, ejemplo donde los haya de violencia fílmica desasosegante, es casi de juzgado de guardia. En El Clavo casi todo es tópico recalentado, lo cual es especialmente triste porque el planteamiento hubiera dado pie, como poco, a un ejercicio de diversión delirante. Así, de un punto de partida “original” acabamos dando a parar en un tópico enfrentamiento con ser de ultratumba que amenaza al inocente rehén infantil de rigor. Los monstruos, que no tienen cosa mejor que hacer que andar cogiendo por el pescuezo a los hijos de los honrados pater familias americanos. Si ya nos enseñó Karloff el grande que los monstruos siempre serán amigos de los niños, aunque los ahoguen en el lago intentando hacerlos flotar como margaritas.

Y sí, insisto en ello, es una pena porque ambos guionistas daban para más, aunque uno de ellos lo demuestre con más frecuencia que el otro. Ojalá con Bigfoot mejoren las perspectivas.


EL CLAVO. De Rob Zombie, Steve Niles y Nat Jones

Norma Editorial: Made in Hell, número 15

112 págs., color, 12 euros.

Muestra de cubierta y tres páginas en: http://www.planetacomic.net/comics/6_c.asp?id=13431

Las seis primeras páginas: http://www.normaeditorial.com/novedades/Elclavo.pdf

Web de Zombie: www.robzombie.com


Reseña de Alejandro Romero.