Ya hemos indicado que los verdaderos agentes secretos, esas figuras proyectadas hacia el heroísmo pero que surgen de la suplantación (de identidad) y de la violación (de toda jurisdicción), afloran con verdadera fuerza tras la II Guerra Mundial. Hubo muchos que fueron hijos de la I, pero la imagen prototípica del agente especial, doble o secreto, aparece sobre todo tras la contienda que divide al mundo en dos bloques.
Los agentes secretos de los tebeos de los años cuarenta y cincuenta eran eminentemente blancos, atléticos y extranjeros, o trabajaban para alguna agencia de fuera de España, y sofocaban sediciones y revueltas protagonizadas por malandrines de color amarillo, aceitunado, negro, tostado, etc. En general, de otras razas y de otros países. Un ejemplo de las peripecias de este tipo de personajes lo tuvimos en Jeque Blanco, colección de una editorial española y de autores españoles, pero que relata las actividades por el Magreb de un agente secreto norteamericano llamado Ray Lancaster.
Estos tebeos, violentos aunque inocentes, describen un contexto narrativo lleno de posibilidades: el protagonista vivió de niño en Casablanca, de joven luchó en África contra las fuerzas del Eje, y en su madurez mantiene la ley y el orden en los países africanos que son o han sido colonias europeas.
De toda esta fascinación da cuenta el estudioso Agustín Riera, en un artículo que repasa la colección de Rollán luego reeditada por BO en los ochenta:
Tebeosfera. La colonia de los tebeos.
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