miércoles, 11 de mayo de 2005

Tronchet. ¡No dejéis que los malos humoristas se acerquen a mí!

Montaje con la cubierta del libro de Tronchet

RESEÑA.- ¡Jesús bendito!, de Tronchet
¡NO DEJÉIS QUE LOS MALOS HUMORISTAS SE ACERQUEN A MÍ!, por Lombilla.


Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia y Chesterton afirmaba que en ella cualquier cosa es maravillosa. El escocés Barrie nos demostró con sacrilsu Peter Pan que una de las decisiones más inteligentes es la de no crecer “Nunca Jamás”, como después hizo Óscar Matzerath, protagonista de la obra de Günter Grass El tambor de hojalata, que se rebeló contra la realidad negándose a ser mayor. Sin embargo, a pesar de las ingeniosas frases dedicadas a cantar las excelencias de la infancia y los didácticos ejemplos literarios de niños voluntarios como Peter, que nos enseñó a volar con la imaginación infantil u Óscar, que entre tamborileo y tamborileo nos mostró una época decisiva para Europa, la permanencia en esa isla utópica llamada infancia, no siempre responde a razonamientos intelectualmente aceptables como es la voluntad de subvertir el orden establecido. Algunas veces, seguir siendo niño sólo responde a una incapacidad; en algunos casos, la “patria” de Rilke es una desgraciada cárcel donde la razón habita presa de una pueril inconsciencia: a veces, la infantilidad de un adulto, lejos de acercarlo a personajes como Peter Pan u Óscar Matzerath, lo sitúa más al lado de Forrest Gump, sentado en el mismo banco y con idéntica expresión cretina. Las pintadas de water de colegio que ha publicado Tronchet con el nombre de ¡Jesús bendito! sólo pueden ser fruto de una disminución psíquica cercana a la del personaje interpretado por Tom Hanks.
La gran “estrella” del cómic francés, Dieter Vasseur (1958), más conocido como Tronchet y colaborador de la revista española El Víbora en su última etapa, nos propone en esta “cosa” una sucesión de pequeñas historietas pretendidamente satíricas sobre la vida de Jesús de Nazaret, el hijo del dios de la mitología católica, que son perpetradas con una absoluta falta de inteligencia: factor importante para cualquier obra artística e indispensable para la crítica satírica.
Tras la mediática consunción en directo de Juan Pablo II, las ostentosas honras fúnebres con que la Iglesia ha copado los medios de comunicación mundiales y el no menos fastuoso nombramiento como sucesor del ex responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición) Joseph Razintger, se comprueba cómo, al igual que del cerdo se aprovecha todo, la iglesia católica aprovecha en su beneficio absolutamente todo lo que le acontece. Hasta una muerte le aprovecha. Si ya la agonía senil de Juan Pablo II les sirvió para montar su demagógico espectáculo circense, su muerte y la posterior elección de un sucesor en ese anacrónico cónclave, han sido utilizados muy inteligentemente para mostrar al mundo, como en su día hizo con sus ejércitos el Cardenal Cisneros («Estos son mis poderes»), las sumisas y cantarinas masas de fieles que felizmente ovinos se han agolpado bajo los suntuosos balcones del Vaticano como para dejarnos claro que la empresa sigue, tras dos mil años de fértil negocio, más viva que nunca. Masas por otra parte que, como prepotente ejército de elegidos de Dios, intentan interferir en la vida cotidiana de todos pisoteando con sus sandalias beatas los más elementales derechos. Antes de morir, el papa, incapaz de sostenerse las babas en público, era, sin embargo, capaz de sacar fuerzas de flaqueza para criticar tajantemente la política social del gobierno socialista español de Rodríguez Zapatero o, patéticamente temblón, sin apenas poder sostenerse de pie, lanzaba al mundo desde su mórbida atalaya las más denigrantes diatribas contra el uso del preservativo (sin olvidar el debate provocado en toda Europa con motivo de la inclusión de las raíces cristianas en la Constitución Europea). Como no podía ser de otra forma, el sucesor de Juan Pablo II que fue su mano derecha durante mucho tiempo, ha dejado claro desde el primer momento su intención contumaz de continuar con esa intolerante e intolerable política secular de injerencia en la vida civil. La estupidez gráfica de Tronchet hace un flaco favor a la tan necesaria y sana lucha contra el poder omnímodo de la Iglesia.
Probablemente, Tronchet se sienta un luchador de la causa anticlerical. Quizás crea este autor, que en los años ochenta fue editor de la prestigiosa revista Métropoche, que es un valiente transgresor. Viendo chistes tan fáciles y viejos como ese en el que a Cristo se le caen monedas porque traspasan los estigmas de las manos (p.47), el último adjetivo atribuible a este dibujante sería el de transgresor. A un creador que para hacer gracia no se le ocurre otra cosa que poner continuamente desnudos a sus personajes, con enormes pollas colgando en cada viñeta, rememorando tal vez su etapa infantil de artista del urinario escolar, no se le puede llamar transgresor porque eso no es transgresión: eso es cretinismo. Es decir, es cretinismo porque el que hace esto no es un niño sino un reconocido artista del cómic internacional con los cuarenta años más que pasados. El ideario de esta obra podría ser resumido en tres palabras: caca, culo, pis… (Toda una filosofía de creativa vida intelectual). Chistes sicalípticos de nivel primario como el de Cristo haciendo milagros tan “ingeniosos” como agrandar el número de tetas de una paisana (p.3),
La multiplicación de las tetas

o simplemente tontos como el de Cristo pegándole patadas en los cojones a uno que le ha pegado una bofetada para probar aquello de la otra mejilla (p.15); frases tan ramplonas como la que dice Jesús tras mostrarnos que no ha muerto, que ha engañado a todo el mundo para pasar desapercibido: «y ya está, soy un hombre libre…Puedo rascarme los huevos por la calle… ¡sin que nadie lo considere un sacrilegio!» (p.46), son una clara muestra de un trabajo simplón y fallido. A la escasez de medios gráficos, pues el dibujo de Tronchet adolece de una falta de calidad alarmante, se une una extraordinaria escasez de ingenio que, lejos de conseguir una valiente sátira contra esta mitología absurda y desmesuradamente extendida que es el cristianismo, sólo alcanza la calificación de panfleto infantiloide de nula calidad.
Un artista pretendidamente satírico debe mostrar un compromiso mayor que el que demuestra el afamado autor francés en estas absurdas historietas. Si no hay compromiso al menos con la calidad (no tanto gráfica como intelectual), la obra será errada, no tendrá efecto. O al menos el efecto será el contrario al buscado. Si lo que se pretende con una obra satírica es criticar un aspecto de la sociedad por medio de ese condimento indispensable que es el humor, pero se carece de él, la sonrisa cómplice que nos mueve a reflexionar o, incluso, la risa rotunda que puede arrancarnos un efectivo y gracioso trabajo, se tornará, indefectiblemente, en desprecio por la obra. La falta de humor nos producirá mal humor. Y eso es lo que consigue Tronchet con este torpe trabajo tan alejado de obras brillantes como La vida de Brian, de los geniales Monty Python, llena de hilarantes gags marcados por el absurdo y el surrealismo o, en el mismo terreno del humor gráfico, el irónico Dios de José Luis Martín en la revista catalana El Jueves: muestras éstas de artistas que ponen su inteligencia al servicio del humor en esa higiénica lucha contra la dictadura de la estupidez que tiene en la religión, esa gran empresa sustentada sobre mitos irracionales, el mayor de sus exponentes.
El código Da Vinci, best seller de los últimos tiempos, ha sido censurado para sus fieles por la iglesia católica. La mala calidad de este libro sólo aporta un argumento más a estos inquisidores modernos, pues realmente lo que les ha llevado a condenarlo ha sido la crítica que éste vierte contra ellos. Si a la Iglesia le importase la calidad por encima de todo probablemente cerraría el semanario Alba, torticera voz de su amo, sensacionalista y macarra y despediría de la Cope a Federico Jiménez Losantos, incendiario verbal, apóstata del comunismo y cristiano converso, y lo obligaría a ingresar en una abadía benedictina. ¡Jesús bendito! también es una obra que la iglesia condena (Tronchet recibió amenazas tras su publicación) olvidando que este icono mitológico no les pertenece sólo a ellos.
Jesús, queramos o no, es parte de nuestra cultura y los artistas tienen perfecto derecho a utilizarlo para criticarlo, para denunciar los desmanes de la Iglesia o simplemente para exorcizar los fantasmas infantiles provocados por una férrea y asfixiante educación religiosa. La iconoclastia es un saludable ejercicio del cerebro que debe aplaudirse allá donde se produzca. Sin embargo, no todo vale. La radicalidad en una postura ideológica no debe incapacitarnos para discernir lo que es válido o no en el terreno artístico. No se trata desde luego de poner fronteras morales pero sí fronteras de calidad. Esas que nos llevan a decir de la iconoclasta obra de Tronchet lo que Ortega dijo de la II República española: ¡No es esto, no es esto!

Reseña de José Luis Castro Lombilla. Tebeosfera recibió servicio de prensa de La Cúpula.

¡Jesús bendito!, de Tronchet. La Cúpula, Barcelona, 2005. Libro de historietas en rústica, 24 X 16,8 cm., 52 páginas, 3,50 euros
Título original: Sacré Jésus! ©1993 Guy Delcourt Productions-Tronchet Traducción: Raoul Martínez. Rotulación: Cristina Ruiz Depósito legal: B-5.068-2005. ISBN: 84-7833-612-5

1 comentario:

Anónimo dijo...

Apestan tus críticas, apesta Tebeosfera. Tenéis un claro posicionamiento, y usted es otro Federico Jiménez Losantos al igual que su editor. No sois más que vulgares inquisidores.