sábado, 24 de mayo de 2008

AGUAS CALIENTES, DE BERENICE

AGUAS CALIENTES. PORNOGRAFÍA SAGRADA


Esta obra de historieta, un enredado relato de misterio que se alarga con un dramatis personae tremendo, genera una sensación densa tras su lectura sólo comparable con la untuosa sensación que se obtiene tras un orgasmo pletórico. Este libro te deja embotado, confuso tras tanta información, excitado necesariamente tras contemplar tantos actos sexuales, ebrio de tinta. Y, naturalmente, satisfecho.

A Raúlo lo conocemos del porno. Para la gran mayoría de nosotros, Raúlo (Raúl Cáceres) es un pornófilo consecuente y bruto. Desde Córdoba lleva muchos años, pese a su juventud, vapuleando convenciones y desequilibrando paciencias. Cuando en 1998 comenzó a andar profesionalmente hizo pornografía para Wet Comix y ya destacó desde entonces por su tratamiento rico en trazos y en planteamientos para abordar sus historias de penetraciones imposibles y propuestas intranquilizadoras. Elizabeth Bathory fue una elección nada casual: una de las mujeres más crueles de la historia a la que terminó de retratar como una insaciable criatura relacionada con actividades sexuales incalificables. Aquella visión del vampirismo, como la succión enésima de los últimos fluidos humanos, le identificó como autor rompedor en el subgénero de lo pornográfico, porque demostró que no se detenía en el simple “aquí-te-pillo-aquí-te-mato”, que quería llegar más lejos, hasta un punto inconcebible por ningún autor de historieta erótica de entonces. Él pretendía enhebrar un guión complejo, con desarrollo (vesánico) de personajes, con un argumento central, un eje, varias tramas y subtramas. Y sobre todo ello, preeminente, incesante, el sexo más brutal. Pretender eso, en el cómic “de clase X” era rozar lo pretencioso…

Ha vuelto a hacerlo, pero ha llegado más lejos. Y tanto él como sus editores han comprendido que han traspasado cualquier barrera, que han rizado el rizo de lo inadmisible, creando el tebeo irrealizable, algo han llamado pornografía sagrada por no hallar otro eufemismo. Al mismo tiempo, han logrado crear una obra tan sincrética y heteróclita como atractiva y absorbente.

Aguas calientes es un ficticio pueblo de la región extremeña de Las Hurdes en el que se dan cita la psicología sexológica, la ufología, la antropología, la mitología, el folclor, el sincretismo y la teología retorcida con el fin de articular una historia inédita entretejida con cientos de historias. Es este tebeo una absorbente aglutinación de historias populares y leyendas locales, hilvanadas con pedazos de historia antigua, de cultos arcanos, paganos y religiosos, con un toque de thriller científico, más unas gotas de horror al estilo psicokiller rural. El enigma de partida, una rara epidemia de comportamientos sexuales disparatados en el seno de una comunidad tradicionalmente puritana y recta, conduce a una sexóloga “jungiana” al epicentro de una tierra mágica, repleta de símbolos, que por momentos la hacer parecer un Robert Langdom que degusta penes en vez de obras de arte con mensajes ocultos.

La protagonista, Melania Rictus, da con claves, pistas, relatos, signos, símbolos, dibujos y planos, paisajes y hoyos que le van conduciendo, y hundiendo, en una verdad cada vez más cargada de efluvios y roces, pues por el camino se folla a todo el que se encuentra. Se tropieza con la injerencia de la Iglesia, naturalmente (¿qué relato sobre lo prohibido no pone en un fiel de la balanza esa figura apolillada del cura sádico o de la monja ninfómana?), y luego con teorías mágico siderales, hasta que finalmente encuentra la fuente de la verdad entre híbridos, bastardos, incestos y un factor alienígena.

No se recomienda leer este libro de una sentada: agota, empacha. Es una lectura difícil, lastrada en ciertos momentos por la “necesidad” del encadenamiento de coitos improbables y dolorosos, a doble página, vengan o no a cuento, con explicaciones y teorías entreveradas entre corridas y felaciones sin fin. Pero no por ello la historia deja de seducir. Porque Raúlo Cáceres urde una historia en la que nos introduce por el camino rural, como en busca de algo “maligno” que luego va creciendo en interés y en entidad. Resulta atractiva también la recogida de leyendas populares para ir incrustándolas en la historia. Acude, además, a documentación real, a las encorujás, a las jáncanas, al apergullar, que lo hace todo más verosímil y que no queda exento de carga poética («este relámpago blanco»). Sorprende cómo Raúlo configura el relato para no sólo mostrar la flexibilidad íntima de los orificios corporales, también para modelar y conducir la narración a través de lo más insondable (el ano, presente en toda la obra como sede del mal, al que atañen el demonio, lo dionisíaco, el pozo…)

El autor, además, se esfuerza en epatar a cada vuelta de página con planificaciones radiales, reticulares, sorpresivas, convirtiendo trenzas o eyaculaciones en calles entre viñetas, por ejemplo, o con el uso de la espiral y lo simétrico y las proporciones áureas, que siempre crean misterio. Relaciona texto con imágenes al estilo Alan Moore (cuyo estilo gravita sobre ciertos momentos de la historia), alcanzando un barroquismo excelso y exageradísimo para el porno que me temo que muy pocos podrían llegar a superar (acaso su compatriota RyP). La peor baza de la obra reside precisamente en esta sobrecarga gráfica, de la que participa a veces el abigarrado guión, que abusa de las explicaciones o las dilata hasta lo insostenible. Está claro que es una obra para leer por entregas, de verborrea rampante y composiciones gravitacionales.

Pero nadie podrá negar que su trabajo de documentación logra una aproximación muy convincente sobre los cultos a lo femenino primitivos, y a la orden del Temple, o a los ritos dionisíacos transmutados en paganos, y con esa lectura posterior del laberinto, y de la cruz solar, y del ying y el yang que tan bien sintetiza luego en la revelación Ceres/Deméter ¡qué hermosa composición, esa también elegida para la contraportada, que lo explica todo!

¿Se atreve alguien a penetrar en el mundo de la brujería heredada del culto más arcano? ¿Tendrá paciencia el lector para soportar tantas hipótesis en paralelo a tantas embestidas anales? Este tebeo de poderosa factura está lleno de sabiduría antigua, está escrito con las herramientas más desnudas a la vez que más reprobadas por el buen gusto, hasta el punto de convertirse en una suerte de “tebeo condenado” por definición. Pero que nadie se detenga en la contemplación mera de los pechos gigantes de la doctora o de su capacidad para succionar vergas. Hay aquí una reivindicación hermosa de lo femenino, como pocas se han leído en la historieta convencional. Este «bukkake escatológico», como el mismo autor escribe en algún momento de la obra, abre las puertas a algunas reflexiones que de otro modo no hubieran aflorado tan fácilmente.

Aguas Calientes es un proyecto insólito en el mercado español, un libro basto y poético, donde eyacula hasta el viento, con frases indigeribles (“Es evidente que los arquetipos sexuales están fagocitando de algún modo su persona”), con personajes algo frágiles en su estructura y desarrollo, aunque no planos, y con preguntas lanzadas al viento que dejan a uno descolocado: «¿Y si los arquetipos fueran la prueba psíquica de la existencia de lo divino?»

En suma, una obra valiente de un autor envalentonado. Que se venderá estupendamente en los EE UU cuando la traduzca.


Aguas Calientes
Editorial Berenice, Córdoba, 2008 (concluido en 2006)

Libro de historietas, en rústica
192 páginas en blanco y negro
28,5 X 21 cm. 25 euros

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