Cubierta y fragmento
Mirando desapasionadamente al Gran Hermano.
RESEÑA.- Con Pyongyang, el animador de origen canadiense pero afincado en Francia Guy Delisle, no sólo nos presenta un libro de viaje entretenido, con su punto de ternura (más cercano al esquema de Craig Thompson que al de Edmon Baudoin), que se lee fácilmente y con gusto, y también nos dibuja un retrato de una de las dictaduras más desoladoras que actualmente existen en el mundo, la de Corea del Norte.
Sabemos bastante de esta sociedad por los muchos artículos de prensa que se publican, algunos escritos por reporteros otros redactados por esos cazadores de curiosidades que llegan a observar la pérdida de libertades en aquella satrapía como un asunto para el entretenimiento del pequeñoburgués occidental en su ocio de los fines de semana. La realidad es muy otra y baila pendiente de los hilos de poder que maneja Bush, el mayor peligro actual del planeta Tierra (léase Corea del Norte, Corea del Sur, de J. Feffer, en RBA; aunque hay más investigaciones sólidas, como la de D. Bandow, Tripwire).
Si centramos la mirada en el modo de vida dentro de las fronteras de Corea del Norte, nos hallaremos ante una sociedad cuyos dirigentes son líderes hechos a sí mismos sobre un molde de divinidad y que, como en todos los totalitarismos, pretenden proyectar una imagen de inmensidad. Esto se traduce en construcciones faraónicas, monumentos que hablan de falocracia y estamentos sumidos en una burocracia desesperante. Se destacan, claro, los inmensos edificios con los que los dirigentes de la Corea septentrional han querido igualarse a sus odiados vecinos del Sur, con quienes comparten el acervo genético más puro del mundo, el idioma, casi 1.500 años de cultura común y el recuerdo de una guerra espantosa.
La capital que da título a este tebeo agrupa cerca de dos millones de habitantes, pero apenas si hacen vida común (sí la hacen 'comunitaria') y su esfuerzo va dirigido a satisfacer los intereses del Partido. Es el sueño de Mao hecho realidad pero sin sonrisas en los rostros. De hecho, las consignas son tan constantes, tan persistentes y la represión tan dura (los campos de concentración deben de ser terribles) que en mucho tiempo no se ha resquebrajado el sólido liderazgo de Kim Il Sung o de su hijo, el actual gobernante Kim Jong Il, los Padres de la Patria. Estos modelos del culto a la personalidad han convertido su país en una inmensa cárcel y su proyecto social y político es la plasmación de lo peor del estalinismo y del maoísmo.
Delisle nos da una clase magistral sobre la vida tal y como es en Corea del Norte. Recurre al didactismo directo en sus casi 200 páginas, echando mano de esquemas, dibujos de muestra y descripciones meticulosamente delineadas. Gracias a esa capacidad para hacer gráfico lo real mediante un proceso de iconización envidiable (en España su homólogo podría ser Sergio García) consigue transmitirnos ese omnipresente deseo de prepotencia de los líderes autoritarios coreanos.
En menor medida analiza Delisle aspectos íntimos de los norcoreanos, como el temor a lo ‘que es secreto’, el miedo omnipresente o ciertos comportamientos cotidianos que nos resultan chocantes en un primer momento para luego revelarse patéticos. Su simplificación del coreano medio como un mecanismo regulado por cuerda es perfecto, pero Delisle no se implica lo suficiente. Nos deja entrever que la vida de un coreano es dura (el sueldo medio es de un euro mensual) pero no recuerda la hambruna de los noventa, ni el estómago torturado de quienes no trabajan cerca del personaje central.
Es pues este libro de historietas un documental delicioso sobre Corea del Norte conducido por un protagonista cercano y simpático: un director de animación. Éste nos muestra una realidad caracterizada por la total ausencia de sentido común (para el sentido común occidental, claro) donde los conceptos de intimidad o camaradería quedan recubiertos por una capa de polvo grisáceo que le confiere una singular apatía. El comunismo hecho asepsia. Pero el sentido de la ironía de que hace gala el personaje resulta demasiado distante, hasta rozar la flema, no obstante tiene el autor algunas ocurrencias brillantes (los hombres que caminan hacia atrás, el picnic o el lanzamiento de aviones de papel desde la ventana) que devienen imágenes encantadoras. La obra, construida con un rosario de anécdotas entreveradas de documentos reales, parece afectada de cierta falta de cohesión porque no se adivina un hilo conductor que atraiga la atención del lector hacia algún elemento de la historia. Además, la estrategia de introducir viñetas cuestionario para remarcar algunas experiencias convierte el relato de la atrocidad en una mirada benévola. Por eso hallamos más interesante el ocasional retrato desnudo y frío de una sociedad oriental en penumbra que las vivencias y observaciones del occidental.
Delisle nos lo cuenta todo con la misma línea, modulada con cuidada simplicidad y matizada con grises muy adecuados. Construye sus páginas con esmero, demostrando amor por la miniatura y la representación sencilla. Logra con todo ello un trabajo hipnótico. Y alguna intercalación de viñetas / página donde se representan monumentos o vistas de algunas estancias adquieren una doble función, narrativa y representativa, que quizá no fuera intencionada pero que emite un irónico mensaje.
Por lo tanto, no hallará el lector aquí una descripción espeluznante de una sociedad cuyo sistema de convivencia nos resultaría tan insoportable como la antiutopía de Orwell 1984 (que el protagonista de esta historieta se lleva a Pyongyang). Al contrario, nos encontramos con un relato en tono distendido, en el que el autor y protagonista del libro actúa como un narrador amigable y que no opta por la denuncia. Simplemente cuenta su experiencia, muy limitada por los lugares que pudo visitar y las gentes que pudo conocer, y con total ausencia de pasión. Hay cierto momento en que sí que accede a avergonzarse ante la evidencia de la pobreza de los norcoreanos. Pero sólo es un instante. Preside el resto del libro un tono irónico guiado con un dibujo que podría decirse aticista.
Lo mejor, la finura del artista y sus modelos representativos, que hacen de la lectura algo grato. Y también el contraste de imágenes: contraponiendo las inmensas construcciones inútiles a los momentos de absoluta indiferencia del personaje central.
Pese a la omisión de toma de postura, Pyongyang constituye un ideal libro de viajes que nos ayudará a conocer una de las sociedades más distantes del mundo. Allí donde la desesperanza atisba en cada rincón y lo más que puedes improvisar es un avión de papel que llegue al otro lado del río. Triste metáfora.
PYONGYANG, de Guy Delisle. Astiberri, Bilbao, 2005.
Libro de historietas, 184 pp., b/n, 24 x 17 cm. 18 euros
Reseña de Manuel Barrero. Tebeosfera recibió servicio de prensa de Astiberri.
2 comentarios:
Querido lector
estoy de acuerdo contigo en que es un gran documental
y posiblemente tengas razón en que Delisle no debe interceder más allá de la observación. Lo que se pone en duda aquí es si la obra es un ejercicio artístico o narrativo. Yo creo qu ela historieta es netamente narrativa y por ello siempre considero que el autor se implica, al menos en parte, en aquello que narra, pueto que no sólo 'lo be', también 'lo reinterpreta' para narrarlo mediante viñetas.
gracias por tu comentario
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