El Batracio Amarillo elevará informe a la OMS solicitando que la religión sea declarada enfermedad del Coco
"Mientras aún hay parados y niños que se mueren de hambre, aquí estamos: dejando el año del Quijote para ocuparnos del año mahometano. En la mañana del 3 de febrero suena el teléfono a una hora siempre inoportuna. Nos dicen que los fanáticos están llamando a las puertas de todas las embajadas europeas que hay en territorio musulmán. Los canales españoles Tele 5 y Antena 3 nos piden información acerca de un problema que nos afecta, ya que en esta revista aún nos ganamos la vida cometiendo cada mes el imperdonable delito de hacer el humor.
El motivo era que el último septiembre los dibujantes del periódico danés Jylland-Posten no sólo dibujaron los símbolos sagrados, sino que además pretendieron hacer un chiste sin tener en cuenta que los eruditos islámicos condenan cualquier representación del profeta, incluyendo las elogiosas, ya que su contemplación, según ellos, puede llevar a la idolatría, por no decir a la heroína, al igual que se empieza en los porros y se acaba en cosas peores.
El magnetismo del imán de Copenhague
Cuando las puertas de la información se abrieron, las imagen de la ira integrista afloró en los televisores. Muchos nos preguntábamos cómo era posible que habiendo pasado tantos meses desde la publicación de los dibujos, fuese ahora cuando el mundo sonara como un portazo. No era verosímil.
Quienes tratábamos de contestar a eso, tuvimos en cuenta un dato: la escalada nuclear de Irán y el buen rollo que debe unir a ese país con los imanes de Copenhague no podían ser una coincidencia. En ese hecho debía radicar el detonante del enfrentamiento, porque con anterioridad otros países, no implicados en la guerra del Golfo, habían publicado dibujos sobre lo mismo sin que nadie se chivara, ni siquiera los líderes de las seis mezquitas de Granada, que también tienen su magnetismo.
Un tiro sin billete de vuelta
El caso es que la situación desencadenó en todas partes un estado de alarma como pocas veces se había conocido. Al viento le habían torcido el recorrido y soplaba ahora con una fuerza homicida. El sonido del despertador era el mismo del móvil a cada instante: alucinante. Era como si no quisiéramos darnos cuenta de que tal vez había comenzado la más temible guerra. Las palabras llegaban a la pantalla de los ordenadores como llega una persona a un desierto. Y después, conforme los primeros portazos sonaban a tiroteo, las noticias se tecleaban a toda velocidad, siempre cuidando de que un punto o una coma mal puestos acabaran por volarnos la tapa de los sesos.
La ruina asomaba sus orejas. Bastaba una llamada de los fanáticos a los estadios de fútbol para suspender una liga entera. No habría médico capaz de recomendar calma en esa situación. No quedaría gobierno con redaños suficientes para aguantar a tantos millones de personas sin nada que hacer un domingo. La locura nos llevaba a confundir el besugo con la mojama y a Mahoma con las armas. Confundidos los principios y los finales de las frases, de la Historia, de las ideas, de los proyectos y de las ilusiones, diríase que siempre había estado sucediendo el fin del mundo. Y lo veíamos desde la mesa camilla, donde muchos recordaron a Einstein cuando decía que dios no juega a los dados, dado que en sus tiempos no existían los juegos de mesa.
Dadas estas circunstancias, y aunque dios se revelara como un aficionado a las tragaperras, hasta los más moderados tenían claro que el destino de tantas personas no podía depender del azar, entre otras cosas porque bastaba con que cualquier colgado llamara a los anunciantes de los periódicos, amenazando con el premio gordo, para que termináramos encontrándonos al kiosquero vendiendo solamente guías de lotería y manuales para aprender a leernos las manos.
Todo se vuelve insano
Según la agencia siria SANA, las caricaturas de Mahoma eran de una nocividad gravísima. En comunicado que parecía referirse al ébola, su director manifestaba lo siguiente: «Constituyen una violación de las creencias de cientos de millones de árabes y musulmanes». Debido a un lapsus, en este comunicado no se decía que también se daña a las personas gastándose el dinero del petróleo en escopetas, cuando es mucho mejor hacerlo en llenar estómagos. Es decir, que no es posible que luchemos tanto por ahorrarnos una peseta en el pan y en cambio no luchemos igual por invertir otra peseta en cultura.
Conectamos con el año mahometano
Tras un fulgurante bombardeo de declaraciones de todos contra nadie, lo único cierto hasta la fecha era que el dado comenzó a rodar hacía mucho tiempo, allá en la tumultuosa redacción del periódico danés Jylland-Posten.
«Con nuestros dibujos quisimos protestar contra la creciente amenaza que representan los fundamentalistas islámicos para nuestra libertad», declararon sus editores por el altavoz de un casino.
Al cabo de unas horas, la pacífica tarea diaria que debíamos realizar en esta casa, quedaba en suspenso. A mis 500.000 compañeros les ocurría lo mismo y amenazaban con hacer uso de su libertad de expresión. Miles de humoristas españoles y extranjeros se ponían en contacto con nosotros mostrando su acuerdo unánime con la postura que quisimos abanderar. Creímos conveniente hacerlo de inmediato ante el estado de sorpresa que nos desubicaba a todos en el primer compás del lío.
Otrosí: hace años España sufrió una intentona golpista, y el diario El País, mucho antes de desbaratarse la militarada, rotuló en portada lo siguiente: «El País con la Constitución». Con un par.
Esa portada, colgada en el vestíbulo del periódico español, ha sido siempre lo que más impresión me ha causado cada vez que he visitado sus dependencias.
«Es así, con ese tipo de compromisos, como se hace grande el periodismo y un país», me he dicho desde entonces. Y por eso pensamos que había que utilizar ese ejemplo para ordenar nuestros criterios y plantear una respuesta sin fisuras, apelando siempre a la razón.
Batracios Mundi
Tras nuevos contactos con otros medios de comunicación españoles, intentamos recabar más información sobre el asunto, ya que costaba trabajo creer que algo así estuviera ocurriendo.
Antes de que internet nos indicara que las entradas en la red para esta revista pasaron de 900 a 9.200 en menos de una semana, Ana von Rebeur, directora regional para Sudamérica de la Cartoonist Rights Networks, se pone en contacto con nosotros para comunicar que enviará nuestra respuesta a Seyran Caferli, el presidente de la Unión de Dibujantes de Azerbaijan, que había pedido silencio total a sus humoristas.
Vivíamos una situación de irrealidad digna de una novela como mínimo de Marcial Lafuente Estefanía. Era como si de repente los fundamentalista creyeran que Occidente, en lugar de dibujos, había diseñado la construcción de un muro de 1.500 metros de alto alrededor de los países árabes que impidiera incluso la salida de aviones, de tal modo que sus habitantes se vieran abocados a comerse a tragantadas su petróleo, sus turbantes y, ya puestos, incluso a sus mujeres.
Las risotadas de Francia se escucharon en Egipto
Desde El Cairo se anunciaba una petición a la ONU para que se penalizara en todo el planeta «el desprecio a las creencias religiosas», es decir, el desprecio a símbolos que a lo largo de la Historia sólo han servido para que la sangre salpique en la sopa en plena época de la fibra de vidrio, el tanga calentón y la nanotecnología.
La prensa francesa, con France Soir a la cabeza, reproducía los chistes causantes de la cefalea. Además, en páginas editoriales juzgaba de tibias las reacciones de los medios de comunicación europeos, un tanto descolocados porque el miedo de informar era tan cercano como una cimitarra de lama curvada dispuesta a cortarte las manos por el cuello. Para los integristas quedaba claro que la tinta china mata tanto como una bomba. Dado un argumento tan surrealista, a nadie hubiera extrañado que pronto se pidiera a la ONU que cesara la fabricación masiva de dicha sustancia.
Ford Apache
De buenas a primeras nos vimos trabajando a destajo para unas cuantas personas, animales o cosas, sin dejar de preguntarnos qué coño estaba pasando en realidad. Daba la sensación de que asistíamos a una trifulca tabernaria entre Jhon Wayne y los indios, y que en cualquier momento todo papel iba a ser insuficiente para dibujar un disparate tan inagotable e inmenso.
Después de alzar un teléfono tras otro, de madrugada atendimos una última petición, la del dibujante portugués Zé Oliveira, que solicitaba los dibujos que dieron lugar a ponernos tan serios de repente. Luego la noche abrió su boca para susurrar que tenía ganas de dormir durante semanas, algo que no fue posible por culpa del sofá, que abrazó el sueño en una postura no recomendada ni en el Kamasutra, a consecuencia de la cual amanecimos con los tendones y la clavícula declarándole la guerra santa al cuello.
«Borricos», pensé, incluyéndome en el calificativo.
Luego abandoné el sofá como un escandinavo abandonaba Siria. Durante el desayuno me dediqué a hacer la o con un canuto, con un café y con una tostada, y así deduje que nadie podía conocer a Mahoma en persona. Nadie podía decir que el protagonista de un dibujo era él. «Borrico, puede que sí haya alguien que lo conozca en persona», me respondí enseguida, ya deglutiendo una napolitana y escuchando los primeros ladridos de la mañana en la televisión del hotel alemán que me hospedaba. «Libia -decía la hermosa presentadora del noticiero- se unió ayer a los otros países árabes, que han desatado una ola de protestas contra Dinamarca y también contra Noruega, ya que la prensa de este último país reprodujo los mismos dibujos». La bella, y nada común, presentadora alemana no ofrecía las viñetas causantes de la ola, donde aparecía el innombrable nadando en un mar de palabras alemanas con una bomba sobre el turbante.
«Una bomba de decir bobadas que conducen a la gente a matarse en el nombre de alguien que, de existir, debe ser muy buena persona cuando no ha mandado a todos los imanes, curas, rabinos y demás fauna a tomar por saco», me digo antes de ponerme la chaqueta y las pilas para continuar con una tarea que parecía interminable.
Más tarde conoceríamos que Arabia Saudí, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos se habían unido a la protesta de Libia, que ordenó de inmediato la clausura de su misión diplomática en Copenhague.
A continuación, los 57 países que integran la Organización de la Conferencia Islámica rubricaban un comunicado exigiendo que el gobierno danés pidiera excusas públicas por su crimen imperdonable. La respuesta del primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, no se hizo esperar, y además fue tajante: «No veo motivos para disculparme, la prensa danesa es libre y esta publicación es una expresión más del sentido del humor de mi país».
El embajador saudí en Dinamarca no debía comprender ese humor, ya que abandonó Copenhague con el turbante echando humo, anunciando el boicot contra los productos daneses en Oriente Medio, así como contra todo lo que rime con Montoya o con Mojones.
Mala leche
Dos semanas pasarían, dos semanas de telediarios intensos, hasta que nos enterásemos por el Frankfurter Allgemeinen Zeitung que un dibujante danés había pedido escolta porque desde la mismísima Meca le habían amenazado con cortarle la pichita. Pero fue dos semanas antes, al día siguiente de irse el embajador saudí de Copenhague, cuando la compañía danesa Arla, dedicada a la alimentación en la zona árabe, emitió otro comunicado intentado alejarse del follón.
No obstante, pese al urgente comunicado de disculpas danés, los lecheros de los árabes lo iban a pasar mal: a la misma hora en que las palabras del presidente de Arla circulaban por los teletipos, en Barhein, en el nombre de Alá, se quemaban productos lácteos de Arla a punta pala. Y mientras la revuelta se recrudecía, continuaba el cruce de declaraciones diplomáticas. La Comisión Europea recibía otra nota de prensa del gobierno danés en la que decía lo siguiente: «Defendemos la libertad religiosa, pero al mismo tiempo nuestra normativa democrática impide intervenir en los medios de comunicación». Fok.
Ni en pompa ni a cuatro patas
Por su parte, la ministra María Teresa Fernández de la Vega fue más escueta cuando compareció en rueda de prensa para explicar la postura del gobierno de España: «Creemos que deben ser compatibles las creencias religiosas con la libertad de expresión», dijo.
No obstante, los de la Yihad Islámica debían estar sordos. Pese a que la ministra española gritaba calma, ellos exigían a los súbditos escandinavos que salieran de Gaza a la voz de ya.
Imagínate tú a ese súbdito escandinavo, hasta entonces muy tranquilo en su hotel, duchándose con Azahar y Madreselva. Imagínate también a ese botones talibán, loco de nervios, buscándolo por las habitaciones, y apareciendo de repente detrás de la cortinilla para decirle: «Oiga, vístase, que le llevo al aeropuerto a cambio de su rolex, su ropa, su Azahar, su Madreselva y su escandinava». Imagínate ahora el estado de guerra mundial que se monta en la bañera. «Estoy muy preocupado por esa situación», declaró a continuación el canciller danés Per Stig Möller. En el mismo estado se hallaba su homónimo sueco, quien por medio de su ministerio de bañeras exteriores, pidió a sus suecos que abandonaran los bañeras árabes, a no ser que quisieran renunciar a la salvación y, por consiguiente, al privilegio de aspirar algún día a suicidarse en las bañeras de Suecia. «El ambiente no puede ser peor», indicaban los periodistas europeos destacados en el infierno. No mentían esta vez: en Nablús los palestinos ya perseguían a pedradas a cinco escandinavos medio desnudos que se las vieron moradas para salvar el pelo, recién lavado con Eau de Rochas.
El efecto mariposa
La libertad, como diría la canción de Chucho, ya era una cárcel. A esas horas los daneses contemplaban cómo se paralizaban sus exportaciones a Oriente Próximo. En breve la sangría en la corona danesa sería una hemorragia que se cobraría una pérdida de millones incontenible. Carsten Juste, el arrepentido jefazo del periódico danés Jilland Posten, publicó entonces una carta en internet en la que aseguraba que no pretendía ofender al pueblo árabe con sus dibujos. «Simplemente -añadía-, apelo a la libertad de expresión para publicar lo que nos plazca». Fok.
A esa misma hora, una mariposa era aplastada por una bota en los remotos confines de Papúa: la mariposa vivía tan sola que ni siquiera sabía qué era una pisada más o menos humana.
A esa misma hora también, un gusano fabricaba su seda, y alguien veía la película Amelie. Y Fabio Capello, el entrenador futbolero, echando un trago de vino en bota, arengaba a sus futbolistas para que salieran a la cancha a comerse a los moros a pelo.
A esa misma hora la italiana Oriana Falacci subía a los altares de las profecías periodísticas, y George Bush cogía aire cuando las encuestas indicaban que se estaba asfixiando en el mismísimo sillón presidencial, junto a su perro.
Dado que la teoría política había embarrancado en un pantano, por el vuelo de la imaginación se te pasaba la posibilidad de que los humoristas daneses fuesen guionistas a sueldo de la CIA para escribir la segunda parte de La Cruzada contra el Sarraceno, con Tom Cruise, Paco Porras y Leonardo Dantés.
«Pagaremos a periodistas para que hablen bien de mi país», dijo en cierta ocasión el cineasta George Bush, que debió complacerse en su sillón cuando le informaron de que la Unión egipcia de Cámaras de Comercio, así como sus 3,5 millones de comerciantes afiliados, estaban de acuerdo en vaciar los supermercados de productos de Arla, Nestlé, Armani, Telefónica, Danone, Adidas y El Príncipe De Bekallar.
Bush ya contaba con argumentos definitivos para seguir vaciando el cargador contra todo moro viviente.
Palestina, por las grasas del profeta
Por las calles de Gaza iban algunas decenas de esos moros hirvientes, enmascarados y dispuestos a darle más suspense a la película. Pertenecían al partido Fatah del recién electo presidente palestino Mahmud Abbas. Se personaron armados hasta los dientes en las oficinas de la Unión Europea, donde ya conocían que también Libia había cerrado de un portazo la legación diplomática danesa. Más tarde supimos que incluso el presidente de Siria, un país que en películas anteriores sobre la fe se había mantenido de espectador en la última fila, llamaba a consulta al embajador danés. Pero por lo que se ve, estos dos actores no terminaron entendiéndose, dado que la embajada danesa en Damasco fue evacuada de inmediato, dado que los agentes que la custodiaban creían que en una bolsa negra se escondía una explosión de tinta china. Al final estaba vacía, pero la mente es tan caprichosa que los agentes no tardaron en sufrir un terrorífico ataque de imaginación. Se demostraba que el miedo extremo contaba, pese a sus males indiscutibles, con la insólita virtud de provocar pensamientos a la velocidad de la luz.
Arabia Saudí y Jordania
De nuevo Carsten López, el director del Jylland Posten, buscaba un modo de atenuar la gravedad y su ley, y creyó que el remedio podía consistir en realizar otras declaraciones de disculpa: «No queríamos ser ofensivos, sino defensores de la libre expresión». Esta vez la respuesta le llegó del diario saudí Arab News, donde no trabaja ni un danés: «Esta disculpas no son sinceras, ya que con la representación gráfica del profeta como si fuera un terrorista se trataba de ofender claramente».
Saleh Armouti, presidente del Consejo de Asociaciones Profesionales jordanas se adhería a esta respuesta, y además declaraba a EFE que promovería varias protestas con la participación de diputados, periodistas y otros grupos igual de desocupados, y por lo tanto muy capaces de tensar el boicot a los productos daneses. «La publicación de los dibujos forma parte de una campaña occidental contra la religión, la cultura y la identidad islámicas», añadía Armouti, mientras las masas se dirigían a los comercios para tirar a la calle más cartones de leche y más bolas de queso.
En Yemen también llaman
En Yemen también se sucedían los altercados, en esta ocasión protagonizados por unos estudiantes que prefirieron calentarse quemando la bandera sueca, la danesa y la noruega, por este orden. La combustión mental fue explosiva.
«Una ofensa al Islam es una ofensa contra nosotros», decía una pancarta furibunda, detrás de la cual la policía reveló que había 80.000 mujeres orgullosas de llevar la cara tapada, quizá para no ofender con su belleza la susceptibilidad de su cariñoso profeta.
Indonesia entra en la taberna
Por supuesto, en todo conflicto integrista, no podía faltar un país de 209.342.000 habitantes, un 87% de los cuales suele rezar con alguna parte de su cuerpo apuntando hacia La Meca. Pese a ese dato, el gobierno de Yakarta quiso asegurarse de que no nos confundiéramos, aclarando, mediante otro comunicado, su postura en el conflicto, que en modo alguno tiene que ver con la postura del misionero.
Ante esto, Carsten Gómez, el omnipresente director del periódico danés, hacía unas declaraciones a un periódico berlinés, toda vez que los alemanes, con los preparativos del mundial, parecían no enterarse de la realidad tan bien como sus bellas presentadoras televisivas: «Tengo que admitir avergonzado que los otros han ganado -declaba Carsten Flopez-. De ser consciente de las consecuencias que han acarreado unos dibujos, nunca hubiera permitido su publicación». Qué tío.
Se acabó el hablar de fútbol
A los fieles del islam, lo que les indignaba no era que alguien representara al profeta como un ser vivo. De hecho, con anterioridad, unos actores musulmanes ya habían protagonizado una obra en la que, en carne y hueso, salía el propio Mahoma. No sabemos qué fue de esos actores, pero ocurrió.
Por otro lado, en Arabia Saudí son tan contrarios a la imaginería sagrada, que en los parques públicos no se ven figuras de santón ninguno. Allí consideran que eso también es una forma imperdonable de blasfemia. Para ellos eso sería tan grave como poner una bomba en un autobús repleto de judíos inocentes.
En suma, lo que indignaba tanto a estas gentes era la inoportunidad, en su opinión, de unas ilustraciones en un clima político de tres rombos. Los fanáticos árabes consideraban que, antes que a la libertad de expresión, los dibujos obedecían a una estrategia de hostigamiento deliberado por parte de Occidente y de la madre que nos parió.
Un, dos, tres, Occidente responde otra vez
«La gente tiene derecho a caricaturizar a dios», respondieron los responsables franceses del France Soir en un gran titular aparecido en primera plana. Por añadidura, una encuesta indicaba que los galos no estaban de acuerdo en tildar de ofensivos ni racistas a los dibujos. Francia pretendía justificar de nuevo el porqué siempre está a la vanguardia en casi todo, incluso para acertar.
Y entonces fue cuando vino la protesta de Dalil Boubakeur, el presidente del Consejo Musulmán Francés, que también se encuentra a la vanguardia en sus creencias: «Estos dibujos son detestables -dijo-. Es una provocación contra los millones de musulmanes que hay en Francia». Otros, sin embargo, consideraban maravilloso que este hombre pudiera expresarse así en un país que le permite una vida mejor, e incluso usar las mezquitas para proclamar unas consignas que atentan no sólo contra la libre expresión de sus fieles, sino contra la de sus anfitriones.
Amenazas a inmigrantes en Dinamarca
Rasmussen, el primer ministro danés, presumiendo alborotos entre nativos e inmigrantes, pedía calma sin dar un grito, algo que tiene mucho mérito y que mereciera una novela aparte. No obstante, la televisión danesa difundía una noticia según la cual, de móvil a móvil, se pedía la alteración del orden, objetivo detrás del cual podrían estar los diputados del partido populista de derechas danés DVP, fuerza política que apoya en el parlamento de Copenhague al propio primer ministro.
El «pásalo» de los atentados de Madrid estaba creando estragos.
Los de la Liga Árabe, por otro lado, en vez de hacer la danza del vientre, prefirieron convocar otra reunión para esgrimir una proclama nueva con la misma cantinela de siempre: «Se ha ofendido al islam y a su alabado profeta», decían. Pedían al gobierno danés un castigo ejemplar para los humoristas por no alabar más todavía a un señor del que, perfectamente, podrían haber dicho que era la mayor figura del pensamiento mundial, a la altura de Einstein o más.
Eso sí: la Liga Árabe en su proclama no supo decirle al gobierno danés con qué método debía realizarse el castigo a los dibujantes, aunque podemos anunciar que la lapidación queda descartada, dado que eso es mejor emplearlo contra algunas mujeres árabes que cometen el crimen de amar a un hombre que no es el suyo.
Bloquear internet con cemento cola
No obstante, hubo quienes creyeron que una solución para pacificar el asunto era bloquear las páginas de internet que explicaran cómo se fabrica un artefacto explosivo como dios manda. De ello se encargaron los presuntos servicios de inteligencia de varios países, tanto en un bando como en otro. Pero llegaron tarde: un artefacto explosivo se fabrica con tinta china y un papel en blanco. Es así de sencillo y lo sabemos todos los niños. Luego basta con que al artefacto se le añadan unos cuantos detonadores. Uno de ellos es el analfabetismo. El otro es la maldad de quienes gobiernan a los analfabetos.
«Los dibujos han sido un insulto intencional al islam», declaraba el ministro jordano de exteriores, Abdul Khatib. Añadiéndole al artefacto palabras de este calibre, el estallido puede suceder con una precisión científica. Si además algún inconsciente llama a la policía amenazando con pegar fuego a los lugares donde trabajen inmigrantes árabes, lo de internet y su información bélica parece una futileza. Lo sería incluso si se instalara un virus junto al profeta para que su dibujo recorriera los ordenadores como un arma de destrucción masiva de información.
Servían también de ingredientes para un explosivo certero las declaraciones del jefe de la Unión Industrial danesa, Hans Christensen, que dijo: «Por culpa del Jylland Posten, nuestra economía se nos desploma». Poco después, en algún sitio, un embajador danés añadía: «A nuestro periódico le ha faltado capacidad de evaluación».
Después de eso, si el periódico de Casquen Olsen seguía vivo, habría que pensar que los hombres asistiríamos al primer milagro acaecido en la Historia.
Intentemos terminar este capítulo
El caso es que después de notar cerca los gritos, el olor de la sangre y la violencia del fuego, muchos creemos a estas alturas que la Historia del mundo no puede seguir escribiéndose a tiros. Es por ello que hay que elegir entre continuar la barbarie, con más o menos treguas, o plantear una solución drástica que nos beneficie a todos. Una solución que no renuncie a la educación, esa gran virtud de los seres civilizados, esos grandes desconocidos, según el señor Zapatero.
Por lo tanto, sería bueno dejar de hacer croché y de escribir las noticias como profesionales que salen en tractor de la Facultad de Periodismo. Situados con decisión en parámetros objetivos y matemáticos, el compromiso es enfrentarnos a nuestros miedos como método para abandonar la inmadurez que atenaza a súbditos y gobiernos. Queda claro que el centro de la controversia que mantiene soliviantado al planeta entero es Israel, y negar este hecho por más tiempo sólo sirve para aplazar un poco las palabras que nadie se atreve a teclear: fin del mundo, algo que se fabrica en una empresa de la que comemos todos, desde el cristiano más moro hasta el moro más morado.
Demasiados años a pedradas
Digamos de Israel que la convivencia pacífica con sus vecinos árabes sólo ha sido hasta la fecha una sucesión de amagos infructuosos desde que los judíos se instalaran en un desierto que no quería nadie. Puede que ellos se nieguen a abandonar dicho territorio porque es la tierra más santa del mundo. Pero convengamos en que hoy es necesario ser más prácticos que los dioses, que desde el principio hicieron un chiste bautizando el planeta como Tierra cuando aquí hacemos aguas por todas partes.
Desde que los santones de otras tribus dijeran que Israel debía ser el pueblo perseguido, los judíos no han conocido el descanso. Y cualquiera sabe que la falta de descanso acarrea un sueño tan doloroso que puede envenenar la cabeza y llevar a quien sea a cometer una fechoría.
La lástima es que tengamos que ser los payasos quienes pidamos a la ONU una asamblea que, por una vez, sirva para algo duradero. Es en ese foro donde saben de sobra que Israel se debate en mitad del cocido como una mosca que desde hace cincuenta años se ha visto en la obligación de sobrevivir a los garbanzos más negros. Y para eso, justo es reconocerlo, hay que ser un pueblo con un talento desconocido.
Su forma de sobrevivir les ha llevado a tener el mejor armamento, capaz de mandar el cocido entero a tomar viento con sólo mover un ala.
Sin embargo, para acorralarlos aún más, los teólogos y mafiosos de la religión, en colaboración con los filósofos cristianos más torpes, inventaron un término: el egoísmo, de tal suerte que los judíos y sus imitadores careciesen de cobijo dialéctico en el que refugiarse. Matado el genio individual, asesinado el talento personal, tiroteado el irrenunciable instinto de supervivencia que a todos nos lleva a defender nuestra casa hasta con la vida, se elevaron las masas incultas a los altares de la verdad para que los judíos ni siquiera gozasen el derecho a defenderse con la boca, so pena de que Santo Tomás, San Agustín y demás cónclave de panolis, los acusaran con el dedo desde cualquier púlpito, fuese un púlpito de iglesia o fuese un púlpito de prensa.
Vecinos mal avenidos
Un día sus vecinos egipcios debieron medir mal sus fuerzas y planearon la invasión de Israel, pero hete aquí que un general judío, al mando de 6.000 hombres escasos, no esperó el ataque.
Aprovechó que los soldados egipcios aún estaban tocándose el ombligo y mirando pirámides, para buscarlos en su terreno y liquidarlos, durante seis días de dolor, como un relámpago aplastante.
Así de grave es la legítima defensa. Grave sin dejar de ser un derecho.
Grave, aunque los santones lo sigan llamando con otros nombres: egoísmo y demás eufemismos de sacristía.
Asesinados por el cielo
Después de siglos arrastrando por la tierra el delito de ser judíos, llegaron a a su actual enclave, un desierto del que, según los musulmanes, no había modo de extraer ni un rezo.
Pero los judíos sólo necesitaron mirar el sol, lo abundante que era.
Luego plantaron olivos a mansalva, que no necesitan tanto riego.
Gestionaron las pocas aguas que se encontraron, y poco a poco convirtieron aquello en un vergel continuamente asediado por la conjura de los necios. Trabajaron más que todos los moros y todos los cristianos juntos.
Y no es extraño por tanto que a estas alturas el propietario de las escrituras no sea dios, ya que este, comparado con los judíos y su larga historia, ha demostrado ser un soplagaitas más grande que todas las constelaciones planetarias juntas.
El papado o la madriguera de Satantidad
Durante siglos, antes de que pudieran disfrutar de un suelo, hubo papas que no descansaron hasta exterminarlos. Hubo criminales que desde el poder quisieron aplastarlos. Hubo fosas por doquier tapadas con sus huesos, con huesos de niños judíos que no tenían culpa de nada. Es decir, que si a estas horas un corazón es capaz de seguir aguantando tanta crueldad, lo que se impone pues sería la voladura definitiva de la tierra que nos soporta. Y además sin compasión.
Al día de hoy la situación es insostenible, no sólo para ellos, sino para los 6.000 millones de imbéciles que poblamos el mundo como una enfermedad que le ha salido a la tierra y de la que es menester librarse como sea, por la vía penal o por la vía civilizada.
No cabe otro camino: católicos, protestantes, budistas, desde la secta más grande a la más pequeña, tienen la obligación de mandar a dios a tomar por culo y actuar, por una vez, con verdadero amor al prójimo. Desaparecidos estos cuentos y sus pesadillas subsiguientes, la moral y la ética prevalecerían, porque la moral y la ética se inventaron antes de que las aguas se abrieran de piernas.
Y si no es así, que se presente aquí el Papa, cualquiera de ellos, con su ejército de teólogos, que lo vamos a discutir delante de un vaso de vino. Después del encuentro quizá sigamos en desacuerdo, o tal vez lleguemos a la conclusión de que al menos sería menester renunciar a las palabras «ser humano» para bautizar a los feligreses.
¿Seres humanos?
Por ahora, lo conocido, antes y después de la invención de la rueda, no es más que un rebaño de animales feroces. Por lo pronto, sería conveniente dejar de hacer películas de Disney para que durante dos horas nos sintiéramos buenas personas llorando por el rey León.
Sería bueno quizá detenerse un día, con sinceridad, a contemplar lo que hacen los niños en un cumpleaños. Esta es la realidad más grande. Ni siquiera cuando aporrean una mesa con todas sus energías, hay violencia. Piden la tarta a gritos y es un espectáculo de una emoción inenarrable. Basta con fijarse bien. Ellos son un objetivo por el que merece la pena seguir perdiendo el tiempo con este artículo, que ha impedido que este mes los payasos sigan siendo los protagonistas.
Por ellos merece la pena incluso exponerse al último tiro. Es eso a lo que hay que ser fieles a carta cabal. Engaña a tu marido, si quieres. Engaña a tu esposa con quien te salga de los huevos, pero no engañes a tus hijos, porque el día de mañana darás lugar a que sean ellos los que nieguen tu nombre, no tres veces, sino todas las veces, y golpeando la mesa de tal modo que parezca que las montañas están descabalgándose con eructos.
El último tiro puede que sea este, señores
Hay que detenerse un poco a reflexionar.
Hay que leer menos el Hola y más los mapas y la historia.
Hay que cultivarse sin descanso y abonarse al pensamiento en términos de racionalidad pura.
De un modo fácil podemos comprobar que la situación requiere un compromiso definitivo de todo el mundo. Por un lado, Irán no renuncia a su armamento nuclear. Por otro lado Francia cree que tiene derecho a defenderse, y su presidente, en discurso televisado a la nación, ha dicho que un nuevo ataque integrista será respondido con la antimateria, que es un producto más pequeño que una gota de agua pero con capacidad de volar por los aires un montón de calles.
Míster Bin y Míster Bush
Bin Laden también se cree en el derecho de defenderse. De hecho demostró, con presunta facilidad, que en la CIA hay un exceso de mequetrefes incapaces de detener el impacto de varios aviones contra la población civil. Los agentes de este servicio de inteligencia, antes de preocuparse más por la mugre del vecino, debieran de limpiar primero su corral, que esto ya parece un patio de marujas entremetidas.
Sumemos a todo eso la escasa calidad mental y humana de la mayor parte de la clase política que conocemos. Demos lugar entonces a la creación de dos o tres demagogos en países decisivos como India, Pakistán, Corea o China. Luego, reunidos payos y gitanos en una boda, aprestémonos a terminar el convite a navajazos. Como dios manda.
Después nos consolaremos pensando que al menos vivirán Adán y Eva para que llenen de simios el patio. Otra vez. Luego vendrán los profetas y los listos, fundarán religiones, levantarán iglesias y negocios afines para que así volvamos a estar otros dos milenios asistiendo a misa para confesar lo que ya sabemos de sobra: que tenemos muy poquitas luces, almas de cántaro.
Por último, detengámonos en Palestina. Su pueblo, también maltratado por las creencias inhumanas, acudió a las urnas en fecha reciente para colocar en el poder a un partido al lado del cual Hitler es un Teletubbie.
Un país llamado España
Regresemos finalmente a España. Hay muy buenos libros de historia que demuestran nuestra insensatez de un modo palmario. En este sentido, fueron españoles los culpables de un éxodo judío que al final llevó al país a la bancarrota, no una, sino varias veces. Promovieron su expulsión los de siempre: los compatriotas de misa y olla.
Gracias a la Inquisición, aquellos españoles mediocres, a quienes no hacía caso ni el perro, cultivaron la envidia como forma de vida: hasta el más pobre tontorrón, con la excusa de la fe, tenía la oportunidad de sentirse importante delatando a quienes sólo habían cometido el delito de procurarse una economía saneada, ahorrando, trabajando, invirtiendo con tino y profesando el desamor al marrano.
Cuando algo útil falta, se echa de menos
No es extraño pues que con ese bagaje histórico en nuestro país se le siga llamando «milagro» al trabajo, dado que desde que los judíos se marcharon, aquí no ha trabajado en condiciones ni el copón bendito (bis).
Aquella casposa España de entonces no tardaría en echar de menos a aquel pueblo, que hubiera gestionado mejor el oro que robábamos en las Américas y cuyo único fruto rentable, pasados los años, ha sido el Rinconete de un judío clandestino llamado Miguel de Cervantes y Saavedra. Por lo demás, todos esos recursos se fueron en financiar a los mercenarios que Carlos I y Felipe II enviaban por Europa porque en el Vaticano les habían pedido que exterminaran a los protestantes en el nombre del dios verdadero.
Y eso está muy feo, amiguitos.
Lo más ridículo es que los judíos se dispersaron por otros países, y recuperaron allí su prosperidad, a tal punto que en pocos años tenías a los tarados monarcas españoles llamando a su puerta para pedir un préstamo tras otro, siempre para lo mismo, para manchar el cielo y la tierra de sangre, para que el aire quedara podrido con los olores del asesinato masivo.
Verdadero amor a España
No obstante, aquellos judíos españoles, pasados muchos siglos, hoy siguen hablando su español de entonces: el sefardí. Todavía por Israel hay comunidades donde ese es el idioma oficial. Aún tienen corazón para acordarse de su patria, carajo, y no sería mala idea el agradecerlo como bien nacidos: con ayuda leal. De bien nacidos es ser agradecidos, como dicen los curas, tan amigos de dar consejos: más consejos que dinero, más consejos que ideas por las que merezca la pena mirarnos a la cara.
Esta ayuda leal no es necesario verla como una recompensa sólo. Ahora es urgente verla como una lucha animal por la supervivencia de todos. Está claro que si ellos han sobrevivido rodeados por doquier de enemigos jurados, imaginarlos al servicio de sus amigos sería colocar a nuestro viejo país y a Europa a la cabeza del mundo, de tal modo que el orden mundial ideado por los criminales de una y otra laya quedara reducido a escombros para siempre. Y sin dar un tiro más.
Granada vale tanto como Cataluña
Granada, tan ayuna de buen trato casi siempre, podría ser el nombre que todo el mundo se ponga en la boca para simbolizar esta operación. Una reconciliación merece un escenario de ensueño como ese. Llámenlo ilusión mientras no lo llamen mentira: la Alianza de Civilizaciones que preconiza el presidente español podría encontrar en la antigua capital del islam un escenario magnífico, mucho mejor que New York, que a nosotros no nos sirve ni para presentar un premio de poesía. Para ejecutar dicha Alianza sólo hacen falta ganas de pasar a la historia como un pueblo capaz de parar, hasta nunca, este cataclismo inminente. Sólo hace falta un pueblo sensato y un hombre bueno, un presidente con coraje, con un sentido común tan aplastante que haga añicos la mente más obtusa. Sólo hace falta alguien con agallas para que en las páginas de los libros dejen de derramarse la sangre de los inocentes. Alguien con luces y firmeza capaz de provocar, en cambio, que en las mismas páginas se derramen todos los nombres en castellano y para siempre. No vayamos a dar lugar a que un día se revele cierto el último capítulo de una mala novela. Es probable que la mesa del tribunal no la presida el diablo, como el que sale en los cuentos infantiles quele explicaron a los adultos, sino un niño que, con sólo hartarse de llorar, durante el juicio final sea capaz de matar de angustia a cuantos le contemplan. No vayamos tampoco a dar lugar a que estas cosas haya que decirlas en voz alta, porque entonces querrá decir que el pánico que se genere sería el castigo más justo a nuestra burricie dolosa.
Nada de lágrimas, falsos cristianos
Para finalizar digamos que, en caso de que algún cristiano de juguete haya vertido sobre estas páginas alguna lágrima de mentira, se ruega proceda a limpiarla de inmediato. Ese tipo de porquerías deben usarse para ver culebrones y chorradas. Y para ver barbaridades. Y para que nos metamos todos el Premio Pulitzer en los cojones. Se levanta la sesión, amigos."
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