Cubierta del libro de Sasturain
ARTÍCULO.- El regreso de Sasturain, cuatro elefantes y las delicias del mundo plano: buscando el canon oficial de la historieta, por Iván de la Torre
Durante 2004, Juan Sasturain publicó Buscados vivos, entrevistas y textos sobre Hugo Pratt, Solano López, Oski, César Bruto y un largo etc., una continuación, si se quiere, de El domicilio de la Aventura pero también una manera de retomar los autores básicos de su canon, ampliándolo un poco, sí, pero todavía sembrando esos silenciosos blancos sobre nombres básicos.
La tarea de selección y limpieza de Sasturain, por tanto, sigue encadenada a su viejo artículo, “La última década larga de la historieta argentina” donde recorre treinta y seis años del género, de 1950 a 1986 y, para evitar los malentendidos, dinamita los puentes hacia los autores dudosos, estableciendo los cimientos del canon oficial y levantando sus primeras murallas: la expresión mas visible del mecanismo con que empujara los mismos nombres adentro y alejara al resto entre ambiguas acusaciones dichas entre dientes, buscando unir el pasado idealizado de Hora Cero y Frontera con el compromiso político de Fierro. Los primeros párrafos dan el tono general de la tarea: «esa historieta sabia, fuerte, humanista, argentina en la manera, el tono, la carnadura de los héroes, que el viejo H. G. Oesterheld, clavó como una lanza en el corazón mundial del género desde sus revistas Hora Cero y Frontera hasta el filo de los 60. Luego vendría la noche [...] "Con el cierre de la segunda época de Misterix, termina un ciclo dorado. [...] Se impone la producción adocenada, rutinaria en su profesionalismo, que desde las revistas de Editorial Columba comenzaban a monopolizar el mercado».
El inicio del canon mas respetado y oficial (basta leer los últimos libros críticos editados) parte del supuesto romántico que divide a la humanidad en dos bandos, uno bueno y puro y el otro malo y corrompido, donde el último, por justicia poética, siempre pierde: los críticos buscan un héroe -guionista o dibujante- y se dedican a enfrentarlo sistemáticamente al monstruo que quieren destruir, en este escenario ciertos nombres solo aparecerán cuando la conveniencia política aconseje volverlos escarmientos públicos para los indecisos.
La condena empieza en «se impone la producción adocenada, rutinaria en su profesionalismo, que desde las revistas de Editorial Columba comenzaban a monopolizar el mercado». El guionista o dibujante que entre en las coordenadas de mercado será expulsado sin importar la calidad del producto... Sasturain enseña con el ejemplo: «apenas asomaba en las páginas de Columba la ductilidad mercantilizada del prolífico guionista Robin Wood, que ya por entonces construía sus éxitos con la certeza de un bestllerista».
Mejor poner atención porque está dictando cátedra: pone ductilidad y desliza "mercantilizada", agrega prolífico para aplastarlo con un bestllerista: así Wood y sus historietas desaparecen para siempre dejando a Oesterheld como el artista que durante los 60 no "se mercantiliza", no se vende.
Sasturain salva, entonces, la pureza, establece la primera frontera del reino y se lanza hacía 1974, listo para comentar los primeros títulos de Carlos Trillo: Un tal Daneri, el Loco Chávez y las adaptaciones de cuentos infantiles o clásicos del terror. Pero no adjetiva: aquí no hay ductilidad mercantilizada, el inmenso éxito de Trillo no se contamina de los ejercicios del best-séller y lo mismo sucede con la interminable cantidad de series que le siguen. Tampoco se menciona el beneficio económico: entre caballeros y amigos ciertas cosas se dejan de lado. Por si quedan dudas: «Tanto Muñoz-Sampayo como Trillo-Breccia aparecen como una alternativa creadora y marginal al sistema. El dinamismo del proceso que desencadenan los segundos los llevará a marcar definitivamente la producción del periodo en todos los niveles.»
La línea trazada por Sasturain encadena toda esta operación de limpieza con su propia revista, pero todavía necesita otro eslabón y algunas astucias para llegar ahí: Skorpio: «Un nuevo medio intentará explícitamente en ese 1974 retomar la línea perdida, una década atrás, de los últimos avatares del periodo áureo, ese Misterix de Mort Cinder, Garrett y Wattami: la buena historieta de aventura para un público masivo».
Solo entonces Ray Collins será reconocido como guionista, luego su nombre desaparecerá barrido bajo la alfombra. El truco de asociar a los guionistas con los medios ya funciona: aquí (Hora Cero, Frontera, Misterix, Skorpio, Superhum®, Fierro), están los buenos, allá (Columba), los malos. Collins se salva en los setenta (y apenas), por sus trabajos en Skorpio, pero cuando sus guiones sean publicados íntegramente en D’Artagnan, El Tony o Nippur Magnum, su lugar será ocupado por otros, no por calidad, sino por geografía y cercanía ideológica.
Con estas condiciones se reduce la lista de candidatos posibles: desde la marginación de Wood queda claro que el éxito comercial implica una desvalorización del trabajo; el silencio que pesa sobre cualquier historieta publicada en Columba aporta el segundo dato para este ejercicio sistemático del soslayo, la marginación y la contradicción que encabeza Sasturain. Contradictorio porque en Cultura nacional: las comunicaciones posibles (1980), Sasturain aparece defendiendo a Crist y Hermenegildo Sábat: «Hay dos cuestiones. La primera, ilustra las dificultades de la inteligencia nativa para aceptar mensajes que, más allá de su contenido, provengan de canales de circulación y consumo que no sean los establecidos para lo que, de una vez y para siempre, se ha determinado que es la cultura. Lo urticante no es el hecho de que Sábat sea caricaturista o que Crist dibuje habitualmente chistes sino el que ambos utilicen un medio masivo y manifestantemente mercantil como soporte para su producción gráfica. En términos de artistas, el original es el trabajo publicado -su reproducción masiva- por el que reciben un importe. La actividad plástica y la laboral no son campos opuestos sino la conjunción de lo individual expresivo y lo colectivo-comunicativo asumido como el lugar de la creatividad. Precisamente en la tensión de esos dos elementos motivada por la naturaleza del canal adoptado, reside la originalidad y el valor de la obra».
Aunque todavía quedan algunos retoques para ocultar estos deslices involuntarios entre teoría y práctica, Fierro ya encaja dentro del modelo que busca unir ese histórico 1950 con este 1984. Por eso se habla de «La tarea que estaba en el aire era la de conjugar -con reglas del juego claras y abiertas- todo lo disperso; recuperar la creatividad perdida o desorientada, satisfacer a un público mal atendido y, sobre todo, entrar en contacto con la historia y la circunstancia argentina, una cita que vino a darse –oh, paradoja- cuando el rigor del proceso militar ponía a prueba las ganas de comunicar algo más que trivialidades» refiriéndose a Hum®, pero sólo como preludio fallido a este Fierro donde Mandrafina puede ser alabado por el mediocre Metrocargero (Enrique Breccia) sin mencionar el Savarese de Wood.
No sólo se dividen las críticas de acuerdo al medio, además se usan diferentes tablas de valores: si una condena rápidamente y sin discusión a los candidatos (así desaparecen Dago (Wood, Salinas), Savarese (Wood, Mandrafina), Mojado (Wood, Vogt) Big Norman (Collins, C. Rodriguez) o Rocky Keegan (Collins, Canelo); la otra aprueba desde la intención política. Cito: «(…) ese futuro imperfecto tan bien contado por Altuna en Ficcionario o con Trillo en El último recreo y los trabajos de Juan Gimenéz en Cuestión de Tiempo o War III -junto a Barreiro- levantando olas de admiración metálica, hubo lugar para propuestas abiertas al sentido mas libre e imprevisible, como las historietas de Enrique Breccia, verdaderos ejercicios de imaginación, desbordada hasta el limite de lo narrativo posible".
La precariedad de estos juicios va a desmantelar buena parte del artículo, pero su lógica va a seguir viviendo hasta hoy. Paso en limpio, aclaro y repito: a la hora de comentar las historietas, la posición política suma puntos frente a la calidad. Con este guiño cómplice, el Ficcionario de Altuna estará "tan bien contado", aunque el escenario acumule clichés (mundo superpoblado, sexo público, policía corrupta, marines brutales, drogas y chicas bonitas) en una historieta superada por el propio Altuna de Time Out. Siguiendo ese criterio obtendrán brillo historietas como el Ministerio de Barreiro y Solano López y sus guardias "esese" que tienen la cara y el cuerpo de Superman pero usan uniformes nazis: «Algunos dicen que su creador se inspiró al darles forma, en la figura de un villano popular de tiempos idos, un ser maligno que imponía sus caprichos gracias a su fuerza sobrehumana. Al parecer, sus uniformes están también basados en mitos semejantes».
No es una error, es el efecto buscado, confirmado cuando se elogia El sueñero de Enrique Breccia y el comentario, de nuevo, apenas toca el texto: el tono, la predictibilidad de las tramas, los personajes huecos y los diálogos torpes («Voy a prezentarme... Zoy Capitán Binchuko, el tío de Yacs Custó») de una historieta que pasa de la mitología (Sirko Roman-ho) al panfleto político con piratas ingleses, cipayos y menciones al peronismo y Elhje-Neral: la escobita mágica sigue enchufada y funcionando para separar al lector de sus dudas y convertirlo a la verdadera fe: «(…) los lectores de Fierro han sabido compartir con asombro y perplejidad pero unánime admiración, inclusive cuando la aventura golpea a las puertas de la patria y de este tiempo, y se contamina de polémica y de violenta lucha partidaria e ideológica [...] Atravesada por la historia contemporánea como por vientos inmanejables, Fierro participa en el gesto de la puesta al día de la historia con el país, rompe el divorcio entre aventura y circunstancia nacional. Pero no lo hace puntualmente, a través del equívoco COMPROMISO, sino trasponiendo contenidos de la identidad y los destinos colectivos en el marco artístico más específico. Es el caso de Perramus...»
Borges se transforma para Perramus (Sasturain, Alberto Breccia) porque el personaje público es irritante, pero el escritor deslumbra y la tarea de salvataje lo convierte en un personaje querible y cercano a la revista. Todos esos intentos, -de Ficcionario a Perramus-, coronados por la corrección política y el mensaje de las parábolas, terminaran superados artísticamente por la parodia feroz de Fontanarrosa y no por la "contundencia testimonial" del Peyro de Las semillas, Hermandad o Gracias, Sr. Nuys.
Es lo que hay en 1986 y Sasturain se detiene ahí, pero los canonizadores oficiales siguen recuperando su idea de construir una historia del medio que conecte una serie de puntos fijos e invariables (Oesterheld, Trillo, Sampayo y Barreiro entre los guionistas; Hora Cero y Frontera, Misterix, Skorpio, Superhum® y Fierro en las revistas) dejando en la oscuridad y a pie al resto. El resultado final de estos macizos tratados de fe, nunca se aparta demasiados de la línea trazada: Ray Collins, Alfredo Grassi, Julio Alvarez Cao, Robin Wood, Carlos Albiac y Ricardo Ferrari siguen esperando, lejos de estos historiadores / cartografos que creen que la Tierra es plana y está sostenida por cuatro inmensos elefantes sobre un abismo.
Sasturain, Juan (2004): Buscados vivos, Astralib Cooperativa Editora, Buenos Aires. ISBN: 987-21028-5-6 . Argentina: $30.00 / Exterior: 10.29 $
Otras reseñas de este libro:
De Hipólito Stainoh
http://www.velvetrockmine.com.ar/notas/rl004.php
Promoción en la revista Señales:
http://www.lacapital.com.ar/2004/07/18/seniales/noticia_116260.shtml
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