Cubierta del núm. 1 de la edición española.
UZUMAKI
Aunque a una reseña en “Tebeosfera” se le presume (en general, correctamente) una cierta vocación de objetividad y un tono mesurado y sereno, aviso desde ya que el que escribe la presente está convencido de que el trabajo que comenta es una obra maestra, a pesar de todas las evidencias en contra, que son muchas.
‘Uzumaki’ es una historia de terror delirante que, escudándose en la idea misma del delirio, se salta a la torera algunas normas elementales. Comenzamos pues, para satisfacción del lector severo, con la columna del debe, donde encontramos una lógica a menudo bastante peregrina, acciones y motivaciones totalmente absurdas, inconsistencias narrativas insoslayables, irregularidad en el impacto de los diferentes episodios que componen la historia y, en el apartado gráfico, unos personajes cuyas caras son exactamente iguales las unas a las otras.
No es, evidentemente, un trabajo perfecto. ¿Cómo puede ser, entonces, una obra maestra?
La premisa de ‘Uzumaki’ es admirablemente sencilla: un pequeño pueblo japonés, Kurouzu, sucumbe gradualmente a una epidemia de espirales. Unos las adoran, otros las temen y todos sin excepción caen en su trampa. Conviene no revelar mucho más a quien no lo haya leído, pues es una de esas obras que hay que leer desde la primera página y de cabo a rabo sin ceder nunca a la tentación de hojear lo que viene después.
La historia se desarrolla en episodios (tres o cuatro por volumen en la edición española) que funcionan en su mayoría como historias de terror independientes, en una gradación ascendente de horror y delirio. A través de los ojos de una adolescente, Kirie Goshima, somos testigos de la caída en la espiral de Kurouzu y sus habitantes. En el planteamiento de dicha estructura se encuentra uno de los principales “fallos” de ‘Uzumaki’: ¿por qué, a la vista de los hechos aterradores que se van sucediendo, ni Kirie ni su novio, Shuichi, intentan abandonar Kurouzu hasta que es demasiado tarde?
Si comparamos el manga de Junji Ito con su adaptación cinematográfica (obra del director Higuchinsky y el guionista Kengo Kaji), podemos constatar cuánto se resiente la historia de una estructura narrativa más convencional y “lógica”, donde los episodios fantásticos, en lugar de sucederse los unos a los otros, van desarrollándose lentamente y en paralelo. Así, en la película, los primeros (y francamente morosos) setenta minutos están dedicados a ir planteando una serie de líneas que alcanzarán su clímax de forma prácticamente simultánea casi al final del metraje. Y no es simplemente que la solución de Ito resulte más amena (como, de hecho, ocurre), sino que además, al reconvertir ‘Uzumaki’ a un desarrollo lineal, se traiciona el espíritu mismo de la historia, que en su versión original se articula, por si alguien no lo había adivinado todavía, en forma de espiral.
¿Por qué razón Kirie y Shuichi no abandonan Kurouzu después de haber vivido experiencias tan escalofriantes como la del faro negro o los caracolenses, que dejan meridianamente claro que algo anda muy pero que muy mal en Kurouzu y más vale salir por piernas? Y Kirie, por lo menos, tiene la excusa de un optimismo insensato rayano en la imbecilidad, pero el propio Shuichi se dedica a decir, desde el primer episodio, que el pueblo está maldito y que hay que largarse de allí. ¿Por qué no cierra el pico y se limita a hacerlo?
Obviamente, porque ambos personajes, como el resto, están atrapados en la espiral. La aparente libertad de que gozan en los primeros volúmenes, antes de que el tifón y otros fenómenos menos naturales conviertan el pueblo en una prisión sin salida, es un espejismo. Aunque sea en una de sus fases más externas y todavía puedan mirar hacia fuera, están inmersos en la espiral, que los va arrastrando con engañosa parsimonia más allá del punto de no retorno.
Sin desmenuzar los particulares de su entraña, ¿qué hay dentro de ‘Uzumaki’?
Un derroche de fantasía sin domesticar. Y de valor, o el símil hormonal que cada quien prefiera para denotarlo. Porque hace falta mucho valor para dejar que la propia imaginación lo lleve a uno donde sea. Es lo que hace Junji Ito, a quien tampoco le asusta bordear (o entrar de lleno en) lo ridículo. Pese a sus limitaciones, el autor se atreve a dibujar prácticamente cualquier cosa. Rigor anatómico y demás zarandajas son cuestiones secundarias con respecto al objetivo principal: transmitir la idea, comunicar un delirio. Sea la espantosa transformación que tiene lugar en una sucesión de días de lluvia, sean los horribles acontecimientos que tienen lugar en la casa abandonada en la que la familia de la protagonista se ve obligada a instalarse, o esa serie de partos que hacen que “La semilla del diablo” parezca una españolada a lo “Crónica de nueve meses”.
Valor, además, porque Junji Ito no se inclina ante tabú alguno. En el género de terror suelen respetarse una serie de normas no escritas que garantizan al lector/espectador una cierta seguridad con respecto a determinadas posibilidades perturbadoras. Pero es que precisamente el objetivo de ‘Uzumaki’ es ese, perturbar. Y sin duda lo consigue. ¿Cuál fue la última película de terror en la que presenciamos el acoplamiento sexual de dos chavales (ambos varones y menores de edad) transformados en criaturas monstruosas? Confieso que yo no recuerdo ninguna.
En ‘Uzumaki’ encontramos errores de lógica si la juzgamos con parámetros ajenos a los suyos propios. ¿A qué llamamos lógica en un relato? ¿Es lógico que Tom Hanks y Meg Ryan tengan que enamorarse en cada película en que se cruzan? Porque en realidad ‘Uzumaki’ se rige por una lógica implacable, una lógica de pesadilla. La de todas las pesadillas. En una pesadilla, es perfectamente normal que cierto alumno rechoncho y torpón acuda a clase sólo los días de lluvia, y que cada día, en su espalda, vaya creciendo… pero no, he prometido que no contaría nada.
Síntesis de lo dicho: recomendadísima para cualquiera que tenga una mínima afición por lo fantástico. Una obra maestra. Otros trabajos del propio Ito pueden considerarse, en términos objetivos, más pulidos (como por ejemplo, la excepcional “Gyo”), pero ‘Uzumaki’ es, con todos sus “fallos” el clásico que recordaremos de aquí a veinte años. El autor juega limpio y no esconde sus cartas: el último acto es coherente con esa lógica de pesadilla, honesto y sólido. Junji Ito demuestra que se puede ser lovecraftiano sin recurrir al imaginario de Lovecraft, harto más lovecraftiano que buena parte de los taxidermistas del maestro de Providence, y en sus mejores momentos (que son casi todos) recuerda al Clive Barker de los "Libros de Sangre", el que siempre llevaba la pesadilla hasta sus últimas consecuencias. No hay deus ex machina, no por motivos de convencionalidad narrativa (que Junji Ito ha demostrado ya de sobra, y con muy buen juicio, que le preocupan bastante poco) sino porque "Uzumaki" no es una de esas pesadillas caprichosas que te juran amor eterno y luego permiten que te despiertes. De "Uzumaki" no se despierta.
UZUMAKI. Junji Ito. Planeta-DeAgostini : Biblioteca Pachinco, 6 volúmenes
Reseña de Alejandro Romero.