domingo, 31 de julio de 2005
Superfly, de Hart (Non Stop! Comics)
Cubierta del tebeo, con dibujo de Carlo Hart y diseño de José Luis Expósito.
Superfly, otra historieta es posible.
No cuesta imaginarse una historieta sin otros héroes que los vectores de la nostalgia. Por un poner: un hombre busca parsimoniosamente viejos discos de pizarra con temas tocados e interpretados por sureños de raza negra. Le fascina poderosamente la melancolía que destilan aquellos surcos crepitantes. El cómic prosigue describiendo esa fascinación, cómo engatusa a algunas amas de casa para llevarse sus colecciones de discos y el placer intenso que obtiene de su escucha posterior. El relato se reduce a contemplar ese placer. ¿Es esto un argumento de Seth? Lo parece. ¿De Tomine y su generación de historietistas estériles? Podría ser. Pero es Crumb quien hizo esta obra, el cabeza de turco del underground y también el más aplaudido autor de esta generación de la repulsa. Crumb dibujó varias odas a la música de los treinta, lo que él llamaba ‘diatribas contra la música moderna’: “Where has it gone, all the Beautiful Music of our Grandparents?”, la deliciosa “Patton” (sobre la vida de Charley Patton) o “That’s Life”, la historieta que hemos tomado como ejemplo, en la que un coleccionista descubre la olvidada música de Tommy Grady…
En Superfly, de Carlo Hart (Carlo Radial Silva), se vuelve sobre esos pasos, al underground más genuino, cuando cómix y rock eran parte de la misma cultura revolucionaria, y se plantea el disfrute absoluto de alguien por ciertas músicas de raíces negras despreciadas o desconocidas por la mayoría. Lo dice la editorial con su mensaje promotor del tebeo: «Hart (habitual de la Cúpula y DobleDosis) hace un recorrido por la música negra americana de la segunda mitad del siglo XX en clave de humor». No obstante, hay una leve diferencia entre las obras de Hart y de Crumb: el que buscaba discos de pizarra con Crumb era un hombre ligeramente apocado, acaso frustrado por cierto vacío vital, pero parecía normal. Los personajes de Hart son, directamente, psicóticos paranoides. Y no buscan discos de pizarra por las casas, buscan compact discs por las esquinas de los megastores. Sus argumentos entroncan con una realidad muy distinta, menos ajada por fuera pero más podrida por dentro y su historieta va menos en la onda de Crumb y más en el estilo de Johnny Ryan y sus Angry Youth Comix (Fantagraphics, 2000), porque los mensajes que lanza no son sólo de recuperación de los clásicos o de desprecio por lo comercial, sus mensajes son claramente misantrópicos: odia al mundo y todo lo que no le produzca placer. No en vano declara el autor con sorna, en el prólogo, que deseó hacer este tebeo: «para descargar toda la bilis acumulada por la inanidad de esta puta vida de mierda». Lo cual que, como declaración de intenciones, no puede ser más sincero.
Este zurrir se articula no sólo con obras de Hart, pues le ayudan en el trance de la carcajada burra Ronnie McZero, Gustavo Sala, Carlos de Diego y Paul Masique. Estos dibujan con enjabelgadura (Ronnie) o con limpio abigarramiento (Gustavo) situaciones relacionadas con la música en la que se nos presenta una fauna urbana cuanto menos inquietante: en la camiseta de un personaje violento, ultra o skin, se lee el número de Raúl, del Real Madrid; en la camiseta de otro friki de concierto reza: «Papá me violó». Lo que se nos describe es un modelo de convivencia que está tan alejado de la realidad como cercano a las ficciones de Daniel Clowes, pero lo que preocupa es que parece todo cierto, tan cercano: lo prosaico que resulta adorar un producto de consumo, el miedo a la mendicidad, la falsa felicidad juvenil, la etnia de drogotas que nos rodean, los verdaderos ‘frikis’ (que viven solos, con el síndrome de Diógenes, o que son desahuciados por asustaviejas), que nos importan un bledo, y, por supuesto, el desprecio por la música comercial impuesta por las corporaciones en detrimento del “verdadero” rock, pop y blues y sus raíces negras: Sam Cooke, Marvin Gaye son, entre otros, los genios reivindicados por Hart y su tropa de desquiciados contestatarios de la historieta; incluso alaban a 2PAC. Para llegar ahí Hart no duda en descuartizarlo todo: «Ver que la gente conoce a James Brown por ‘el de Gueropa’ o a Marvin Gaye por un anuncio de Telefónica es como para irse de España».
Desde este planteamiento, el de la adoración por la música negra, a la que Masique aporta un toque de distinción mortuoria, se nos plantea la descripción de un panorama de mentes desquiciadas, derruidas por el ‘plan maestro del capitalismo salvaje’, con lo que nos da un toque de atención sobre esa enfermedad llamada consumismo que nos hace ver el mercado disfrazado de arte. Los personajes que protagonizan las historietas son tan repelentes o palmariamente tan perdidos que nos hacen reflexionar sobre nosotros mismos (hay tras ellos siempre la figura de un padre dominador, ojo) y a la larga la única opción que nos queda es reír. Hasta el desternille. La figura estelar de todo este teatro del absurdo construido con el atrezzo del underground será el cadáver del padre de Larry Blackmon con quien si no te ríes es porque no quieres, como bien plantean los autores.
Los finales de las historietas son desapasionados siempre, lo que queda es un estado de derrumbe constante, de abandono sin retorno. Hart mismo reconoce que, como buen lector de Clowes, sabe que la realidad está enferma y que el humor, por lo tanto, también. Aparte, este tebeo se hace más valioso al comprender que Hart utiliza la historieta para desfogarse y contravenir toda norma, demostrando que no teme a nada: «cualquier farsante hijodeputa de los que salen en ‘El País de las Tentaciones’ se le llena la boca de funk» ¡Jua, jua! A este glosador de la decadencia me lo coge Gary Groth y le hace un número de The Comics Journal enterito en un periquete. Aquí, en España, si acaso, me lo mencionan como Mejor Autor Revelación dentro de seis años…
Hart medró leyendo de todo y dibujando en fanzines como Vade Retro o Alan Smithee, donde formó grupúsculo generacional con Paco Alcázar, Miguel Brieva y Miguel Núñez, todos ellos relatores del desasosiego y del desprecio por los modos y costumbres de la sociedad occidental, a la que ven enferma. Logró Hart cierta popularidad con una obra rajásica, ‘Cómo acabar con los tebeos de superhéroes’ (D2BLE D2SIS) y con este sello publicaría lo mejor de su producción: ‘La familia Vandellos’ y ‘La extraña hospitalidad’. Alejado de la vena paródica, sin embargo, Hart no cosecha más notoriedad por más que su obra crece en calidad, con ese aroma a ‘El Jueves’ (se le adivinan los estilemas de Fontdevila) que se adapta mejor a la línea bronca de ‘El Víbora’. Es allí donde recaló, en La Cúpula, para publicar, en los 2000, la serie de cuatro tebeos ‘La Brasería’ y el lanzamiento único ‘Daperrotipos’. Mientras, siguió publicando páginas mensuales de historietas en ‘El Víbora’, como “Sáncho de Sánchez” o “Kiosco: El cuarto poder”, y en revistas musicales, como estas que se recogen en ‘Superfly’, procedentes de ‘Enlace Funk’. Carlos ha acabado publicando sus creaciones con los sellos minoritarios catalanes Amaníaco (‘Terror invisible’, 2003) y Non Stop! Comics (‘Superfly’, 2005), comprobado al final que ha quedado un tanto relegado de los gustos del público general. El hecho de que este tebeo, uno de los más revulsivos en lo que va de año, no haya sido reseñado por casi nadie lo confirma.
Hart lo que pasa es que es un lenguaraz. No se corta y eso, en este país, se paga. Carlo tiene muy presente que se ha refugiado en un gueto (comenzó queriendo hacer cine, pero resolvió hacer historietas) y no ha dejado de decir que España es un país donde los cómics se editan bien, se distribuyen en reductos y mal, y se promocionan poco o muy mal. Se reafirma sobre todo ello en la muy jugosa entrevista que cierra el tebeo, de Santi Martí (librero y editor de Non Stop! Comics). Perlas que hallamos en ella: califica la forma de editar de La Cúpula de “timorata”; acusa a Alex Fito o a Fermín Solís de «fusilar autores extranjeros, como Seth, Ware»; y tilda de endogámicas y mezquinas a «las publicaciones especializadas que cubren este mundillo [sede del] mandarinato sobre lo que es bueno y lo que no». Para lo último pone como ejemplo ‘La Brasería’, tebeo que fue reseñado en ‘El País’ y en algunas radios pero no en revistas especializadas sobre cómic. Quizá se lo merezca, el Hart, por arrogante. Él mismo se atreve a atribuirse las características de producción humorística de un Poncela, de un Fernández Flórez, de un Chumy Chúmez, hasta de un Mihura, de quien ahora hacemos efeméride. Y, hombre, no es para tanto. Es verdad que hace esperpento, un esperpento underground con innegable frescura. Y algo tiene de Ionesco, si nos ponemos en este plan.
Mas, qué les digo yo: si la alternativa es Fito o Solís, bienvenida sea esta agresiva denuncia de la “desaparición cultural de España” en clave de histrionismo.
Un tebeo francamente recomendable, sobre todo para esos que hacen historieta blanducha.
Crumb no ha muerto.
SUPERFLY. De Carlo Hart (con dibujos de otros autores en algunas de las historietas). Non Stop Comics! / Gothic Lands Autores: No lo pillo, 2, Barcelona, 2005 (abril; se anunció para XI-2004)
Álbum de historietas, 80 págs., b/n, 24 x 17 cm., 6 euros
Reseña de Manuel Barrero. Tebeosfera recibió servicio de prensa de Non Stop! Comics.