¿DRÁCULA, DRACUL, VLAD? ¡BAH...!
Reseña por Jorge García.
Alberto Breccia (Montevideo, 1919-Buenos Aires, 1993) fue el historietista más importante de la segunda mitad del siglo XX. Creador sensible y honesto, empezó a dibujar para evadirse de la rutina del matadero donde trabajaba. A finales de los años cuarenta sustituyó al dibujante Emilio Cortinas en la serie Vito Nervio. Allí, tras deshacerse de la herencia gráfica de su predecesor, asumió la estética expresionista que lo distinguió desde entonces. En 1962 alcanzó la madurez creativa en el magistral tebeo Mort Cinder junto al guionista Héctor Germán Oesterheld. Desde entonces, se convirtió en referente obligado para varias generaciones de autores europeos y americanos. Breccia ponía tanta fuerza en el dibujo que poco importaba si el sustrato íntimo de las imágenes pasaba desapercibido al lector no argentino. El álbum ¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah! editado por Sinsentido es una magnífica muestra de esa energía.
Los cinco relatos que componen este volumen, elaborados entre febrero y octubre de 1983, forman una unidad bien definida. No sólo por el protagonismo de Drácula en todas las historias, sino también por la atmósfera cruel que se respira en el conjunto de la obra. En ese sentido, los temas sombríos e inquietantes siempre atrajeron a Breccia. La dictadura militar argentina (1976-1983) acentuó esa inclinación, aunque el autor uruguayo tuviera que refugiarse en historietas aparentemente inocuas para burlar el cedazo de la censura. Junto al guionista Carlos Trillo, adaptó una serie de cuentos infantiles recreando el sadismo de las fuentes originales e incorporando a éstas unos elementos simbólicos nada inocentes en aquel contexto. Esa línea de trabajo se prolongó en la revisión del mito de Drácula, que, bajo una apariencia ingenua, ocultaba una carga de profundidad contra la dictadura.
El Drácula de Breccia es un personaje digno de lástima. En estas páginas, su leyenda se desmorona bajo el peso del ridículo: lo vapulean en plena calle, pierde la dentadura postiza e incluso ingresa en prisión acusado de escándalo público tras probar la sangre alcoholizada de Edgar Allan Poe. Esa distorsión humorística alcanza también a secundarios de lujo como el Superman de opereta que aparece en el primer episodio. La realidad, parece decirnos Breccia, destruye los mitos de papel. Y la historieta Fui leyenda así lo constata.
En ese episodio, Drácula se limita a observar un mundo que refleja las aristas más agudas del régimen autoritario argentino. En ese entorno, los militares masacran a los civiles, la gente hace sus compras en la Carnicería del Estado y los niños se disputan los despojos con los perros. Algunas imágenes rebosan de contenido simbólico y resultan incomprensibles separadas de su tiempo y lugar. Es el caso de las tumbas señaladas con la inscripción NN (iniciales de Non Nominatur, es decir, desaparecidos durante los años de plomo) o del coche Ford Falcon verde que, como en los peores momentos de la dictadura, recorre las calles en busca de nuevas víctimas. Sin embargo, no es necesario conocer esas claves para percibir toda la magnitud del horror: la indignación moral que anima las viñetas despeja cualquier duda. Y ello pese a la ausencia de diálogos o textos de apoyo.
Al emprender esta obra, Breccia era un historietista consumado: poseía un dominio de los recursos expresivos que le permitía prescindir del texto sin renunciar a la complejidad del relato. No se trataba de un capricho, sino de una exigencia impuesta por el tono de la historia. De ese modo, Breccia introducía en el tebeo un aire de pantomima que aproximaba su trabajo a las grandes comedias del cine mudo. Por otra parte, ese condicionante permitió al maestro uruguayo subrayar la importancia de los silencios, ese mecanismo invisible sin el cual no existirían las historias porque, como decía el escritor John Berger, el mundo se saturaría de palabras.
Precisamente los militares saturaban de retórica oficialista la Argentina de aquellos años. Puede que Alberto Breccia escogiera el silencio como la única contestación posible a los verdugos. Nada más, pero nada menos.
¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah
!, de Alberto Breccia
Ediciones Sinsentido. Traducción: Julio Reija. Epílogo: Daniele Brolli.
Libro de historietas en cartoné, 29,2 x 23 cm., 144 páginas, color, 28 euros.
Texto promocional editorial:
¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah
! es un reto, sin diálogos, sobre el que el gran maestro Alberto Breccia da rienda suelta a sus grandes dotes expresivas con el color y la narración. Una magnífica parodia del personaje clásico de Bram Stoker, tan divertida como tierna y cruel a la vez."
Reseña de J. García.
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