«Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada»
Antonio Machado.
Drechsler ha crecido en el medio trabajando casi exclusivamente en el género autobiográfico (con licencias de ficción, claro está), desarrollándose sobre todo durante los años noventa, y concibiendo aquella obra acre y angustiosa titulada Daddy’s Girl. En este trabajo se sumerge en temas menos angustiosos, los de la confusión y alienación característicos de la adolescencia.
En la obra, Lily Maier se muda con sus padres a un nuevo hogar, a una nueva comunidad, en la que se siente extraña y descolocada. Esto ocurre al mismo tiempo en que su cuerpo crece y se transforma obligándola a aceptar una nueva realidad física, fisiológica y psicológica en la que, también, se siente extraña y descolocada. En este nuevo entorno se irá abriendo paso entre los muchachos y muchachas que se hallan en esa frontera entre instituto y ‘universidad’ (para nosotros, más tarde), así como entre los árboles de un bosque en el que encuentra ocultos rastros de nuevos hallazgos: el interés por un chico, el lesbianismo de su hermana, su propia desorientación y deseos…
Dreschler, con mucho acierto, narra la obra desde la posición de quien recuerda aquellos años, los propios, con una mirada subvertida y decolorada. De ahí el uso de los apagados verde y azul, con ese viraje al sepia, que le permite narrar su preadolescencia como deformada a través de una vasija de vidrio. A este aire irreal hemos de sumar la perspectiva que la autora usa constantemente, la perspectiva caballera, que descoloca al lector y lo sitúa en un mundo que todavía bascula entre lo naïf de la infancia y lo ordenado de la edad madura. Sólo en la cubierta hay un retablo mínimamente colorista y prometedor de una pizca de romanticismo. El resto tiene ese enrarecido aire del aburrimiento inacabable.
Pero sin duda es una excelente descripción de la adolescencia, aquel tiempo paralizado que tan bien recordaba Pedro Antonio de Alarcón en El amigo de la muerte: "las horas, rendidas de su continua danza, se habían sentado a descansar sobre la hierba y se contaban las patéticas historias del amor y de la muerte”. Este tebeo se acerca también la adolescencia como un tiempo dejado atrás y como un espacio perdido, no recuperable para los que salieron de ella y no amortizable para quienes en ella entran con el cuerpo libre de vello y sangre y los ojos cargados de incógnitas.
Desgraciadamente, la autora restringe sus esfuerzos narrativos casi exclusivamente sobre la turbulencia afectiva que la protagonista vive, incapaz de saber qué desea realmente, y se olvida de dar relevancia a los símbolos de la adolescencia, tan importantes. Es entonces cuando uno sufre las crisis religiosas, los cambios de identidad (tan gratos a los editores de tebeos de superhéroes), el reconocimiento de la propia intimidad sexual y afectiva, y por supuesto el atronar hormonal, que muchas veces condiciona todo el devenir posterior. Para aplacar todo esto solemos recurrir al aburrimiento, a la contención lánguida y anonadada, que desemboca en esas aburridas tardes de verano que parecían no tener fin.
Bueno, los chicos teníamos tebeos para rellenarlas.
Ellas, lenguaje, conversación. Y sobre eso abunda Dreschler, construyendo sus personajes con diálogos breves, abruptos, muchas veces vacuos, precisos y significativamente adolescentes (fijaos, si no, en la estúpida conversación de la página 57), concibiendo un mundo juvenil que desde la perspectiva masculina raramente se describe o se dialoga así. El toque femenino de la autora halla aquí su mejor baza, con lo que supera el esfuerzo (parecido, pero distinto) de Thompson en Blankets.
Formalmente, pues, hablamos de una obra sencilla y discreta, muy bien escrita y que en el fondo estamos ante un trabajo que emite un mensaje aparentemente vacuo cargado de significados y de secretos, los procedentes de la interpretación femenina de la adolescencia, aquí recordada como un período de descubrimiento de la crueldad masculina y de las sensaciones bullentes femeninas.
Verano de amor, de Debbie Drechsler
Libro de historietas, 192 pgs, color, encuadernadas en rústica con solapas, 24X17 cm., 18 euros
Texto facilitado por la editorial: «Una mudanza es siempre un tránsito y todo tránsito tiene algo de zozobra, de indeterminación. Lily vive el tránsito más importante de su vida, el de la adolescencia, pero además acaba de mudarse con su familia a esa casa junto al bosque y desde el primer momento percibe que su nuevo entorno es tan estúpido como todos los demás. Porque en la adolescencia, además, todo es estúpido. Las intrigas cotidianas, los albores del sexo, los secretos entre los árboles, los chicos? En la mudanza de la adolescencia todo es crudo y estúpido. Y de una intensidad salvaje. En la adolescencia siempre es verano, aunque a veces por dentro haga frío.»
Reseña de Manuel Barrero.
Tebeosfera recibió servicio de prensa de
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