La Guerra Fría alcanzó un punto de máxima tensión en los finales cincuenta. Hubo muchas razones pero algunas de las principales se concentraban en un punto del mundo: Cuba.
Castro se hizo con el poder de esta isla caribeña y con su gobierno en 1959, defendió aquel terruño del acoso estadounidense con uñas y dientes (en 1961 fracasó la invasión por Bahía de Cochinos), formó férrea alianza con el bloque soviético hasta que, en 1962, se desató la llamada 'Crisis de los misiles'. El mundo vivía en un constante estado de tensión, con la guerra a punto de estallar. En realidad se vivía en guerra.
En esta circunstancia, la presencia de los agentes secretos se reforzó en todos los medios de comunicación, en los tebeos policíacos pero también en los bélicos, como por ejemplo en la colección de Toray Relatos de guerra, que arrancó en 1962 (de la cual hemos tomado la alusiva portada que encabeza esta entrada) o, más evidentemente, en Espía, de Maga:
Si bien aún quedaban personajes como Doc Savage (a la española), que eran héroes de una pieza y un nuevo intento de Rollán de lanzar una colección popular y de éxito (y de calidad), fueron apareciendo figuras distintas en los tebeos, como la del "terrorista", individuo que hace el mal allá donde pilla, tanto yendo de Occidente a lugares exóticos como viniendo de ellos a atentar contra Occidente (en la imagen, un tebeo de 1963 de la colección Roberto Alcázar y Pedrín). Contra ellos sólo cabía una solución, enfrentarlos a agentes especiales, con preparación militar a ser posible, y con "licencia para matar".
Estos nuevos "combatientes por la paz" se cargaban siempre al más malo, sin posible error y con glamour. Eran de una nueva estirpe de héroes de acción que ya no iban descamisados ni eran ambiguos: vestían traje y corbata y se acostaban con mujeres. Pese a que su humanidad era más turbia y su actitud más amoral, desplegaron una suerte de halo entre romántico y fascinante que atraía a todos por igual, como resultaba palmario en la colección de Ferma Agente Secreto, de 1962, con un aspecto parecido al de los tebeos románticos de la época.
Habían conseguido vendernos la guerra como un entretenimiento pop.
Había nacido un monstruo.
Había nacido un monstruo.
Tebeosfera. El 11-S no hay coda.
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