Arrebatados por el recuerdo de sus primeras lecturas, para muchos lectores el cómic es probablemente sinónimo de aventuras y descubrimientos. Y lo cierto es que el medio, al menos icónicamente, se nutre a menudo de la mitología de personajes entregados a la exploración incesante: merced a la proyección mental del lector, el mundo dibujado en las viñetas se desborda por entre las calles que (a veces) las separan y deviene en mapas complejos plagados de ciudades abandonadas y templos malditos, bien en latitudes exóticas o, más a menudo de lo que nos percatamos, a la vuelta de la esquina.
Inspirados quizá por este poder evocador, Daniel Becerra Romero (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) y Soraya Jorge Godoy (Consejería de Educación y Universidades del Gobierno de Canarias) nos ofrecen un artículo en el que parten de la premisa de que la historieta, en comandita con el cine, ha funcionado a menudo como estímulo vocacional para arqueólogos e historiadores, profesiones fuertemente imbuidas de ética ciudadana en relación a la cultura puesto que el análisis ponderado del pasado predetermina lo que somos o, más bien, lo que decidamos ser (apunte que, añadamos, no es baladí que encuentre refugio en Tebeosfera, estandarte de la consideración del cómic como patrimonio bajo responsabilidad de todos los miembros de la sociedad). Así, haciendo acopio de ejemplos de diversa procedencia pero que encuentra su filón en oro en la rica tradición francobelga de reaprovechar los hitos pretéritos para hablarnos del presente, los autores destacan el papel del docente/investigador como mediador para salvar las interpretaciones anacrónicas y aplauden la tendencia cada vez mayor de tebeos que, aun en el reino de la ficción, depuran la base científica para elaborar recreaciones verosímiles del hecho histórico.
Si la enseñanza tiene algún correlato con la excavación de fosas en busca de tesoros perdidos, seamos osados y abramos esta particular tumba de Tutankamón que representa el artículo de hoy. En el peor de los casos, caerá sobre nosotros la maldición de todo lector de cómics, el fin del espacio para almacenarlos. Pero, si somos más sabios, habrá merecido la pena:
Tebeosfera. La vuelta al cómic en ochenta mundos.
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