El ámbito universitario cuenta con el potencial necesario para ser un efectivo foco difusor de innovaciones metodológicas en cuanto a la enseñanza y la investigación pero, a pesar de que a veces se cumplen las expectativas, en muchas otras ocasiones remite a un ente henchido de prime donne aisladas en sus respectivas torres de marfil y en las que aquellas campan a sus anchas confundiendo rigurosidad con inmovilismo. Obviamente, para obtener excelencia académica se deben establecer filtros de calidad adecuados y no caer en la trampa de la innovación que no tiene más valor que su condición de (pasajera) novedad, pero la conveniencia de dicha muralla de contención no tiene por qué ser sinónimo de cerrazón por imitación torticera de las coplas de Manrique (quizá habría que poner más énfasis en aquello de Recuerde el alma dormida...). En todo caso, a menudo hay que tentar a la suerte para avanzar y ejercer, así, de funambulistas del pensamiento; después, por descontado, cabrá ponderar los resultados sin olvidar que, como alertaba el científico Emilio Muñoz, en la investigación es incluso más importante el proceso de exploración que la meta misma (de nuevo, Ítaca y el viaje).
En este contexto, los estudiosos del cómic pugnan desde hace décadas por abrirse paso en el maelstrom de la investigación académica y a fe que asistimos en vivo y en directo a un asentamiento que, por bien que lento, se intuye seguro. No obstante, como señala Álvaro Pons en acertada metáfora historietística, aún resiste esa "irreductible gala" que es el uso del lenguaje del cómic como instrumento de disertación, esto es, como herramienta para la redacción científica: si, a manera de sanedrín autonombrado de expertos, defendemos que se puede escribir sobre cómic, el siguiente paso lógico es predicar con el ejemplo y hacerlo, también, en cómic, una barrera numantina a la que ha puesto cerco Nick Sousanis con Unflattening (Harvard University Press, 2015).
En este contexto, los estudiosos del cómic pugnan desde hace décadas por abrirse paso en el maelstrom de la investigación académica y a fe que asistimos en vivo y en directo a un asentamiento que, por bien que lento, se intuye seguro. No obstante, como señala Álvaro Pons en acertada metáfora historietística, aún resiste esa "irreductible gala" que es el uso del lenguaje del cómic como instrumento de disertación, esto es, como herramienta para la redacción científica: si, a manera de sanedrín autonombrado de expertos, defendemos que se puede escribir sobre cómic, el siguiente paso lógico es predicar con el ejemplo y hacerlo, también, en cómic, una barrera numantina a la que ha puesto cerco Nick Sousanis con Unflattening (Harvard University Press, 2015).
Lean, si tienen la amabilidad, la reseña sobre este punto y aparte en la historia de la investigación y difundan la palabra para que, cuanto antes, alguna editorial tenga a bien de publicar Unflattening entre nosotros:
Tebeosfera. Nuestras vidas son los cómics que van a dar en las estanterías, que son nuestra tebeoteca.
bubuyan
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