Cuando leemos a Lovecraft por primera vez, la emoción que se experimenta es asfixiante. Surge una congoja del centro del pecho que va invadiendo los sentidos y termina embotándolos. A veces queremos huir del libro, pero sus monstruos nos siguen atrayendo.
Cuando vemos las viñetas de Breccia, "el viejo", por primera vez, y comprendemos que en esos amasijos de gris hay seres retorciéndose, vida que está inmóvil y muerta pero que renace con nuestra mirada, se experimenta una emoción liberadora. Brota un optimismo desde dentro que nos deleita porque hemos conferido sentido o hilvanado relato.
Con la mezcla de Breccia y Lovecraft es difícil definir qué ocurre. Porque sobre los mitos alimentados por el de Providence se atrevieron dos Breccias, padre e hijo, con resultados distintos. El padre dibujó el horror informe del de Providence dotándole de vida pero no de rostro y el hijo, Enrique, recogió el testigo para hacer más palpable y físico lo imaginado por el escritor. Uno desde la abstracción, otro desde lo figurativo, reprodujeron la agonía del horror arrastrándose de viñeta en viñeta de forma excepcional.
Norman Fernández nos habla de ambos, sin necesidad de invitarnos a escoger, en un artículo que recuperamos con el título:
BRECCIA-LOVECRAFT, LOVECRAFT-BRECCIA. DOBLES PAREJAS
Tebeosfera. Clásicos de miedo.
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