Edgar P. Jacobs vivió media vida vapuleado por el destino. Habría podido ser Batman pero no encontró murciélagos en el estrecho y oscuro pozo en el que se cayó siendo un crío.
Quería ser piloto de aeronaves, pero se quedó en niño normal que iba a misa, admiraba el despegue de los aviones, jugaba en el barrio y adoraba las "ilustradas" (en francés, llamaban illustrées a todas las revistas con gran profusión de ilustraciones o historietas).
Su pasión por el bel canto se frustró. Debido a su humilde extracción tuvo que hacer un poco de todo para intentar ganarse la vida con el teatro y el canto. Pero la guerra no le permitió desarrollarse como artista sobre las tablas y acabó buscando una ocupación más modesta en las revistas de historietas que emergieron tras la contienda.
Al entrar en contacto con el cómic estadounidense y, luego, con Hergé, Jacobs cambió el rumbo de su destino, ese que siempre le había llevado por donde no quería ir.
Y entonces construyó historietas que eran como óperas. Cantó en viñetas.
Juan Agustí nos cuenta la vida de Jacobs en su artículo titulado:
LAS AMENAZAS CARTESIANAS DE EDGAR P. JACOBS
Tebeosfera. El destino de las viñetas.
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