Si algo caracteriza a los grandes creadores de historietas primitivas en la segunda mitad del siglo XIX fue su amplitud de miras y su nada desdeñable cultura general, al menos en el ámbito europeo. Aparte de su rebosante personalidad, que sin duda contribuyó a la publicación de esas nuevas “piezas narrativas”, modeladas con caricaturas y breves textos, que unos llamaban aucas, otros histories en estampes, otros comics, otros cuentos vivos. Este último fue el caso de Apeles Mestres, autor de las obras a modo de historieta que ahora Glénat reedita en un cuidado libro de contenidos facsimilares tomados desde la edición de 1898 de Miralles precisamente titulada Cuentos Vivos.
Los Cuentos Vivos, como gran parte de las obras de esta índole publicadas por entonces, aparecieron primeramente repartidos por revistas y luego, algunas, gozaron del privilegio de ser compiladas en libros. De hecho hubo una edición de Cuentos Vivos con este formato en 1882 (Tip. Verdaguer) y se conocen otros libros de Mestres, como el codiciado Granizada de 1880 que también contiene protohistorietas. No historietas, protohistorietas. ¿Y a qué llamamos protohistorietas? A las historietas primitivas, aún poco desarrolladas, en las que no hay globos de texto ni calles entre viñetas, y cuya secuencialidad narrativa es débil aunque planificada, con textos al pie generalmente descriptivos y relatados por un narrador omnisciente externo al relato. A través de estas estructuras, a caballo entre los muestrarios de estampas o las aleluyas descriptivas y los cuentos infantiles profusamente ilustrados, fue como medró la historieta entre los 1830 y los 1860 en Europa (y en Japón); modelo narrativo luego exportado a los Estados Unidos. Desde los 1850, sobre todo en Suiza, Francia, Inglaterra y Alemania comenzaron a perfilarse otros relatos en imágenes más sofisticados, con personajes fijos y perfectamente iconizados, con argumentos más densos que sobrepasaban la anécdota, con montajes de viñetas que evidenciaban la secuenciación narrativa y que permitían buscar fórmulas narrativas más cinéticas y expresivas. De hecho, las primeras historietas españolas analizadas hasta hoy, las de Landaluze y Mariani por el que esto suscribe en los 1850 y 1860, las de Asenjo por Malagón en 1864, o las de Pellicer y Cubas descritas por Martín de los 1870, son todas ellas estructuras aún rígidas en su montaje y secuenciación, breves, con personajes fijos pero demasiado pendientes de la imitación de modelos foráneos (franceses, claramente) y con argumentos elementales y escaso desarrollo expresivo. Con Apeles Mestres, y con el propio Pellicer o Padró y luego con autores como Xaudaró, es cuando la historieta española extiende sus alas y comienza a demostrarse como medio eficiente para narrar y atraer la atención de un público cada vez mayor en número y, paulatinamente, cada vez menor en edad. Fue en los 1880-1890 cuando esto ocurría y el representante máximo de este despegue fue sin duda alguna Apeles Mestres, sobre todo con estos Cuentos Vivos.
La presente edición de Glénat se encuadra en la colección Patrimonio de
Apeles Mestres fue un hombre cultivado, que estudió bellas artes y música, además de poeta y dramaturgo, ilustrador y escritor, y muy viajero por Europa. Sus caricaturas secuenciadas para las revistas catalanas evidenciaron su interés por destacar aspectos de la cultura catalana, sin duda; incluso la que Martín describe como su "primera historieta", publicada en Nueva York, versa sobre las costums catalanas. Pero en el resto de su producción Apeles Mestres demostró también interés por la cultura española o europea. Sus trabajos de ilustración se centraron en las obras de Cervantes, Dumas, Andersen, Bulwer-Lytton, Ebbers, Hurtado de Mendoza, Perrault, Pereda, o del Duque de Rivas, y así hasta la primera década del siglo XX, cuando comenzó a ilustrar temas de índole más local. Cuando se demostró combativo al estallar
Mas no es éste el tema que debe preocuparnos, sino su aporte a la cultura y las artes en general, y al desarrollo de un nuevo medio narrativo en particular. Apeles aportó a la posteridad obras musicales con una puesta en escena característica y, sobre todo, libros concebidos como obras de arte en sí mismos, desde la tipografía hasta la disposición de los elementos escritos con respecto a los contenidos ilustrados y el diseño en general. Esto lo cuidó a partir de su Llibre Vert pero sobre todo en obras como Vobiscum o Liliana (ya en 1907), en los que se observaba una grata pasión por el naturalismo y lo medieval, como un nexo pionero entre el romanticismo centroeuropeo (Heine le influyó) y los modernistas emergentes en Barcelona. Sus cualidades para la síntesis, su "esteticismo" (del que le acusó Fontbona), pero sobre todo su concepto de la creación como sinergia de varias artes (música, poesía, literatura, ilustración y "cuentos vivos") quedan también de algún modo expuestos en este libro que sólo transmite fábulas y anécdotas, sí, pero trufadas de mil referentes, de una documentación fructífera y de una realización exquisita.
Sus trabajos ilustrados dejan claros sus amplios conocimientos, más allá de lo regional, y de su afán por demostrar un ímpetu creativo similar al de Gustav Doré, otro de sus grandes influjos en su desempeño como ilustrador. También lo fue en lo relativo a la historieta, como bien se aprecia en estos Cuentos vivos que ahora recuperan para nosotros en Glénat. La disposición de los elementos y los temas elegidos, el movimiento de los personajes y los hallazgos cinéticos (fíjense en la página 23, en el relato de El Conde Tal: el pastor corre tanto que se deforma y disgrega ante la vista del lector) hacen de Apeles Mestres un interesante sucesor de las obras de Toppfer, Busch y de Doré, los grandes inventores de la historieta moderna. Al igual que él hubiera querido, la obra no sólo son las creaciones, también lo es la edición. Y es digno de destacar aquí el mimo depositado por los editores del presente libro, respetando el formato y tamaño originales, la tipografía y el ahuesado del papel; incluso en el prólogo se ha usado un tipo de letra que recuerda a los tipos de la imprenta decimonónica… Con este esfuerzo, suman enteros y peso específico a este libro, que ya no sólo es un muestrario de historietas primitivas, también un libro deliciosamente ilustrado y un regalo para bibliófilos.
Esta joya de nuestra historieta incipiente, que todo interesado por las artes y la cultura española debería conocer para saber de dónde venimos en materia de historietas, surge del indiscutible amor por los tebeos demostrado siempre por el editor Navarro y del profundo conocimiento de la historieta del historiador Antonio Martín. Sin el encono de uno y la sabiduría del otro no hubiera existido este libro, quedando sus contenidos sólo al alcance de los amantes del lucro coleccionista u ocultos (como parece desear algún fiscalizador de la crítica cítrica). Con Cuentos vivos se abre una puerta al conocimiento de nuestro pasado historietístico, fundamental y enriquecedor, una pequeña muestra de la grandeza de un autor barcelonés que fue ciudadano del mundo e hizo una aportación cultural de alcance internacional y eterno. Un tesoro.
CUENTOS VIVOS, por Apeles Mestres
Ediciones Glénat: Patrimonio de
Libro de historietas en cartoné, de 27X34 cm., con 96 páginas en b/n, 40 euros
Información servida por la editorial:
«Apeles Mestres fue un artista de esos que ahora se llaman multifacéticos: fue dibujante, caricaturista, ilustrador, poeta, dramaturgo, músico, floricultor, escritor, publicitario cuando la publicidad no era una profesión, periodista gráfico, pintor y uno de los padres de la historieta catalana y española. En fin, un grande de los bien grandes que se merecía ser rescatado de la caja aquella que hay sobre el armario donde el abuelo guarda esas revistas llenas de polvo.
Y para eso, justamente, está nuestra Colección Patrimonio de
Aquí puede leerse el prólogo íntegro de este libro, por A. Martín
Reseña por Manuel Barrero
Tebeosfera recibió servicio de prensa de Glénat
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