Reseña por José Luis Castro Lombilla
La curiosidad humana no tiene límites. Desde que un día perdido en la lejanía del tiempo, un mono se levantó para otear el horizonte, para ver más allá de lo que su curvada fisonomía le permitía, el hombre no ha dejado de explorar lo desconocido. Los pequeños pasos de los grandes aventureros significaron siempre grandes zancadas para la humanidad. Colón, sin ir más lejos, gracias a su implacable curiosidad, además de lograr poner en pie un huevo, consiguió culminar otra hazaña grandísima como era descubrir todo un nuevo continente. Siguiendo los pasos del almirante, los grandes viajeros continuaron agrandando el mundo. Una vez que el planeta estuvo más o menos descubierto en su totalidad, los retos de estos esforzados héroes se centraban en explorar lo desconocido dentro de lo conocido, es decir, explorar una tierra que se sabe donde está pero que se desconoce lo que encierra, qué peligros albergará y qué inmensos tesoros se podrán encontrar allí. El siglo XIX, el siglo de los exploradores por excelencia, ha dejado una lista interminable de grandes hombres que arriesgaron su vida para que los atlas tengan bien puestas todas las indicaciones: el británico Sir Richard Francis Burton fue el primer blanco en entrar en las ciudades santas de Medina y La Meca; el también británico Sir Thomas E. Lawrence recorrió junto a las tribus árabes del desierto zonas inexploradas; el escocés David Livingstone y el norteamericano Sir Henry Morton Stanley exploraron el centro de África; el norteamericano Robert Edwin Peary llegó al polo norte; el noruego Roald Amundsen llegó al polo sur y el inglés Sir Jonathan Pliuwick, miembro de honor de la Real Sociedad Británica de Exploradores de su Graciosa Majestad e incansable viajero por los cuatro puntos cardinales del planeta, emborrachó con genuino whisky escocés nada menos que al famosísimo Yeti, el Abominable Hombre de las Nieves. Sin duda es éste, sir Jonathan, no el Yeti, el prototipo de hombre aventurero, de valiente explorador, de hombre de su época..., de dipsómano fanfarrón..., de moroso en el pago de su sastre... y, en fin, el tipo de personaje propio de las mejores novelas de aventuras o, mejor, de las aventuras más insólitas, porque eso es lo que cuenta de este personaje intrépido, educado caballero, jugador y varias cosas más, Ignacio Moreno en Las insólitas aventuras de Mr. Pliuwick.
La imaginación, ese material del que están hechos los sueños, es un tormentoso océano donde naufragar es vivir. Uno de los más célebres y feraces 'naúfragos' de ese delicioso mar fue sin duda Julio Verne quien, tras una corta experiencia aventurera, juró solemnemente no volver a viajar más que en su imaginación y fantasía. Ignacio Moreno (Nacho), creador literario de Mr. Pliuwick, parece querer emular al autor francés no sólo en la escritura de aventuras sino también, aunque sólo sea por una vez, en la experiencia física. Y es que Mr. Pliuwick, a pesar de tener casi treinta años de edad, pues fue el primer trabajo en equipo de la popular pareja de humoristas gráficos Ricardo & Nacho publicado por entregas en la revista infantil Piñón, ha visto ahora la luz como libro gracias a una peripecia vital de su autor digna de las más afamadas novelas del género: crear la Compañía Oriental de la Tinta, una editorial en un país que no lee. Nacho Moreno, que fue guionista durante doce años de las famosas viñetas políticas de El Mundo que dibujaba (y ahora sigue haciendo en solitario), Ricardo Martínez, y de ese epígono moderno de Mr. Pliuwck que es el archifamoso explorador del espacio y sinvergüenza Goomer, personaje que sigue creando junto a Ricardo en las páginas dominicales de El Mundo, ha montado en El Puerto de Santa María, Cádiz, esta editorial de tan sugestivo y evocador nombre conjuntamente con la escultora y escritora Paloma Puya; y con la intención, según dicen en un divertido boletín informativo, de hacer «Libros como mensajes lanzados al mar en una botella en busca de un lector (o dos, según las optimistas previsiones del director comercial) que disfrutara al leerlos tanto como ellos disfrutaron haciéndolos. Porque ese es el público que la Compañía Oriental de la Tinta busca: el típico lector que cualquier libro se llevaría a una isla desierta».
La publicación de Las insólitas aventuras de Mr. Pliuwick, primera de esta recién nacida editorial (ha sido creada en 2006), cumple un deseo de recuperar el espíritu de los clásicos relatos de aventuras de nuestra infancia; de rescatar con humor el sentimiento de la aventura y de aquellos espíritus libres del siglo XIX en el que el mundo permanecía en gran medida inexplorado.
Con unas buenas ilustraciones de Ricardo Martínez y un fino humor literario de Nacho Moreno, estas insólitas aventuras son un delirante recorrido por un mundo desconocido de junglas tenebrosas, procelosos mares y nieves eternas. Un libro con seres mitológicos, príncipes hindúes, tribus perdidas, sabios despistados, arenas movedizas, tigres, leones, serpientes, peleas, bromas, engaños, viajes, tesoros, peligros, tormentas y naufragios. Y todo de la mano narrativa de sir Jonathan Pliuwick, noble caballero, inglés presuntuoso, inmodesto explorador, aventurero de trolas como ciudades, bebedor empedernido y peligroso tahúr que nunca paga a su casero ni a su sastre. Las insólitas aventuras de Mr. Pliuwick son una galería de viajes desopilantes narrados en primera persona y preñados de historias y personajes míticos. Así, se encontrará Mr. Pliuwick con una inaccesible y esquiva sirena: «Fue sólo un instante, pero pude comprobar que era bellísima. De largos cabellos pelirrojos y ojos azules, nadaba en el agua sonriente y muy ligera de ropa, por cierto» (p.15); compartirá travesía con el mismísimo Holandés Errante: «Recuerdo que a través de su cuerpo transparente se veía la pared del fondo» (p.29); verá, o no, al monstruo del lago Ness: «Junto a la negra orilla del lago había unas extrañas pisadas que recordaban a las de un hipopótamo gigante» (p.43); luchará con el mítico Unicornio: «Estaba a punto de alcanzarme cuando tropecé con una piedra y caí al suelo, con tan buena fortuna que el animal pasó por encima mío sin ni siquiera tocarme» (p.58); encontrará el fabuloso tesoro de El Dorado: «El Dorado estaba delante de nuestras muy británicas narices» (p.74); confesará ser amigo de Julio Verne: «Julito, se llamaba, Julito Verne, un chico muy fantasioso y agradable que escribía relatos de viajes y aventuras» (p.73); será asaltado por el temible Yeti que le quitará su botella de whisky: «Lo que aquel desaprensivo rebuscaba en la mochila era mi botella de whisky escocés, mi última botella de escocés a miles de millas de la destilería más cercana. Esa que siempre me acompaña en los viajes y que, por su puesto, sólo utilizo con fines medicinales» (p.88); y viajará a la misteriosa india para encontrar un diamante maldito del tamaño de una cabeza de tigre:
«Subí la escalinata del templo, que se encontraba medio destruido e invadido por la vegetación, y al cruzar la puerta pude verlo con toda claridad» (p.106). Unas historias, estas de Mr. Pliuwick, divertidas y bien contadas, aptas para cualquier niño o niña con inclinaciones aventureras que adolecen, sin embargo, de cierta simplicidad argumental fruto, tal vez, de la juventud de su autor cuando fueron realizadas. Aun así, tiene este voluntarioso libro mucho a su favor por la simpatía que desprende su altanero protagonista que, lejos de producirnos rechazo con sus exageraciones y sus falsas hazañas, nos convierte en cómplices condescendientes con sus flagrantes debilidades: «Una brumosa mañana (...) emprendimos nuestro viaje hacia las selvas amazónicas, lo que me permitió perder de vista a cierto molesto sujeto empeñado en que le pagara no sé qué trajes, y a Mr. Home, mi casero, con el cual no lograba ponerme de acuerdo sobre el penoso
asunto de si le adeudaba doce o trece meses de alquiler» (p.68); «Algún lector malintencionado puede pensar que mi desmayo fue debido al miedo, pero puedo asegurar que no era miedo, sino el pánico más espantoso» (p.72); y su exagerado egocentrismo: «así que mi proverbial y lúcida inteligencia empezó a funcionar» (p.22); «A pesar de mi gran entereza y valor, he de reconocer que, a partir del tercer día, mi estado era desesperado» (p.23); «Y yo ahora mismo, si no fuera un educado caballero inglés de inmejorables modales, me comería un zapato» (p.56); «Uno es un caballero, un valiente, y un explorador (aparte de un eminente modesto)» (...) (p.85).
Aunque no llega a viajar tan lejos como él, que llegó a la luna, tiene Mr. Pliuwick un grato regusto a ese antecesor suyo en el tiempo que fue El Barón de Munchausen, al menos en su descabellada fantasía, en su afán mistificador que bien podría llevarle, quizás en una nueva entrega del personaje, con un Ignacio Moreno ya escritor maduro (el que sin duda se intuye bajo estas historias y que anticipa, según leemos en El País Andalucía en un artículo de 26 de mayo, que publicará una novela de serie negra titulada "Tú eres el más grande"), a elucubrar sobre ciertas divertidas ucronías. Tal vez, en un quijotesco juego metaliterario, Mr. Pliuwick, en una futura obra, podría ser quien encontrara, tras una larga aventura, al perdido explorador y colega Dr. Livingstone en pleno corazón de África riendo a mandíbula batiente mientras lee un libro, tras lo cual, consciente del éxito de sus aventuras y adivinando la autoría libresca, le espetaría: «Ricardo y Nacho, supongo».
COMPAÑÍA ORIENTAL DE
©Ignacio Moreno Cuñat y Ricardo Martínez Ortega
©de esta edición: Compañía Oriental de
Diseño y maquetación: Maldito Lunes S.L.
Depósito legal: M-15273-2006. ISBN: 84-611-0086-7
Libro en cartoné, 112 páginas, 24,7 x 17,2 cm., 15 euros
Reseña de José Luis Castro Lombilla.
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