jueves, 17 de noviembre de 2005

Berlín, de Lutes (Astiberri)

BERLÍN: CIUDAD DE PIEDRAS

"Lutes captura el tiempo y el lugar con la precisión de un historiador y la técnica de un cineasta... Un proyecto original que merece la pena seguir a medida que se convierte en una obra magnífica." -- Kirkus Reviews "Berlín es la obra de ficción histórica más extensa y sofisticada que se haya hecho en cómic. Lutes posee un estilo de dibujo europeo, limpio y claro, cercano al de Hergé... Este libro tiene la densidad de las mejores novelas." -- Time Magazine


Berlín: ciudad de piedras presenta la primera parte de la fascinante trilogía de Jason Lutes ambientada en Alemania en las horas sombrías de la república de Weimar. El periodista Kurt Severing y la estudiante de arte Marthe Müller son las figuras centrales de un elenco de personajes entrelazados con los hechos históricos que se desarrollan en torno a ellos.
Ciudad de piedras abarca ocho meses en Berlín, desde septiembre de 1928 hasta el Primero de Mayo de 1929, documentando meticulosamente las esperanzas y las luchas de sus habitantes mientras su futuro parece oscurecerse ante el ascenso de una sombra amenazadora.

Qué provoca en un autor norteamericano nacido en New Jersey y criado en Montana y California la necesidad de completar una obra faraónica tan concentrada en el análisis del espíritu europeo del siglo XX como Berlín: ciudad de piedras? Queda descalificado quien le dé vuelta a esta pregunta y se cuestione qué provoca en un autor europeo nacido en Burgos y criado en Madrid la necesidad de confeccionar una obra magna dedicada a reflexionar sobre los modos y formas de la Norteamérica del siglo XX; las culturas colonialistas, exportadoras, disfrutan de unas ventajas económicas y sociales evidentes. Por tanto, no a lugar. Volvamos a la primera pregunta, sencilla de responder gracias, en parte, a la tecnología distribuida desde las culturas exportadoras (Internet): Jasón Lutes (1967) vivió un tiempo en Francia a sus 8 años, experiencia que repetiría 7 años después, en 1982. Él mismo confiesa que, por una evidente razón de edad, en su primer periplo europeo llenó sus ratos de ocio con clásicos como Tintín o Astérix, y que su grafista favorito fue Hergé; en su segunda visita, de nuevo el tiempo transcurrido y la madurez cuentan, esos personajes son sustituidos por la historieta europea para adultos, y más concretamente por las obras del italiano Vittorio Giardino, casi recién descubierto para el lector francés en aquella época (Sam Pezzo data de 1979, Rapsodia húngara de 1982): "Vi muchas historietas de Giardino durante mi segunda estancia en Francia, cuando tenía 15 años, pero no me apercibí hasta hace poco del enorme efecto que su trabajo ha tenido en mí".

Respuesta acertada.

Hay, creo, raíces evidentes en Berlín: ciudad de piedras de Hergé y de Giardino. Del primero toma buena nota de las conclusiones técnicas a la hora de aplicar el dibujo en las viñetas, del valor y la interpretación de la documentación y de la solidez y complejidad narrativa a la hora de contar historias. Del segundo, además del desarrollo y madurez gráfica en cuanto a la revisión de la 'línea clara' se refiere, asume el tratamiento psicológico de los personajes y su forma de vivir la Historia y de estar en la historia. (No lo dice, pero por pura lógica Lutes aprehende también de otros autores de la misma escuela gráfica que entre finales de los setenta y principios de los ochenta reinterpretan el género de la aventura, autores suizos, belgas o franceses cuya obra llegaba al candelero de la historieta para adultos del momento, como Floc'h, Dominique He, Daniel Ceppi o Ted Benoît; y hay, por cercanía a Hergé, un trazo deudor de Edgar Pierre Jacobs).

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Hergé, casi siempre concentrado en su faceta de hombre público, menos se ha dicho de lo que le debe una parte de la historieta europea contemporánea. Es Hergé, desarrollando sus propias influencias (Alain Saint-Ogan entre ellas), quien llega a la conclusión de aplicar la línea continua y limpia a sus personajes, de omitir lo innecesario y concentrarse en lo indispensable para conseguir una ilusión de realidad muy particular, exenta del juego de luces y sombras, de manchas, en virtud, claro, de buscar la sencillez necesaria a la que aplicar posteriormente el color por motivos comerciales, esa sencillez que funciona en blanco y negro, como demostraron los autores citados, los 'herederos de Hergé', derivando y complementando el trazo original para endurecerlo o difuminarlo, según capacidades y conveniencias. Un trazo seguro y firme que no resta dinamismo a las figuras (al contrario, extrae la esencia del movimiento) y que se complementa con el rigor de ambientes, edificios, máquinas y objetos, en un contraste que forma parte de su encanto. Vittorio Giardino también es, en parte, 'hijo de Hergé', aunque forma parte de los herederos que impulsan un grafismo más realista, en ocasiones algo más tenso en el dibujo de figuras en movimiento, pero que han aprendido la lección de la síntesis en personajes y la aplicación del realismo algo más cargado en los fondos; el resultado, en todos los casos, es una sensación de verosimilitud, de 'estar en escena', de sentir los ambientes, terreno en el que tanto destaca Giardino... y Jason Lutes.

De esas síntesis se desprende también un interés hacia la narración propiamente dicha, más concretamente hacia la lectura (en su triple sentido de leer la imagen, leer el entorno y leer los diálogos), que pasa por una rápida lectura de la imagen (desprovista de adornos), una lectura más atenta del entorno (por su detallismo) y una lectura literaria del texto (como complemento final), aplicada habitualmente (salvo excepciones, como Jacobs) en diálogos concisos que complementan el significado de cada viñeta sin florituras ni excesos. Esa fórmula narrativa heredada de Hergé, que es la de Giardino y es la de Lutes, nos lleva al sentido documental de esa historieta, al afán por encontrar la referencia veraz para cada viñeta con el fin no de abusar de esa referencia, sino de utilizarla para un objetivo concreto, que es del conceder el don de la verosimilitud como trasfondo, como esencia. Giardino, además, posee la facilidad de saber situar a su personaje de forma absolutamente natural en su entorno; ese personaje forma parte del decorado y está inmerso en él, es un personaje dotado con dos trazos de una psicología concreta, que el lector reconoce rápidamente. Y ahí es donde, creo, Lutes ha sabido interpretar mejor las aportaciones de Giardino a la historieta. A su manera, por supuesto, porque Lutes no posee la facilidad de Giardino para el dibujo; el suyo es un trazo más tosco, más imperfecto, menos personal, pero igualmente sincero, honrado, que conoce sus limitaciones y que utiliza conscientemente como medio, como herramienta, para lo que parece que le interesa más y por encima de todo, que es contar una historia.

Berlín, ciudad inquieta.

Por mucho que lo parezca, Berlín: ciudad de piedras no es un cómic histórico en el sentido estricto del término. Es una declaración de amor a una ciudad, a sus habitantes, al incesante movimiento ideológico y vital que gravitaba sobre esta ciudad de esperanzas. El primero de tres extensos tomos abocados a profundizar en un periodo básico para comprender la historia europea contemporánea. Ese Berlín es, en realidad, una metáfora de la historia social y política de finales de los años veinte, un decenio que estaba construyendo una nueva forma de comprender e interpretar el mundo, un pequeño universo en el que se citan las inquietudes morales más altruistas y renovadoras, el valor de la búsqueda de fórmulas de vida social más justas, con el miedo, la ignorancia y la incomprensión que generan al fascismo y el siempre mediador y decisivo papel de las fuerzas que controlan los medios de producción, la determinante economía. Berlín: ciudad de piedras está ambientado en la Alemania de entreguerras, y más concretamente en el periodo conocido como la República de Weimar, constituida en 1918 y abolida por Hitler en 1933. Tras el fracaso de la I Guerra Mundial, Alemania consigue ir saliendo de su crisis de identidad gracias, precisamente, a este periodo democrático, unos años vivos, intensos, de cambios profundos, truncados, como en todo el mundo occidental, por la crisis económica de 1929. En ese Berlín vivo que Lutes representa como una ciudad que late se viven con intensidad el arte y la política, se cuestiona todo para volver a recomponerlo, conviven la miseria física y anímica con la lucidez intelectual, en un microuniverso donde la toma de partido por una u otra ideología se convierte en una obligación que desborda a los habitantes de la ciudad. Lutes, que por descontado ha sabido documentarse de todos los detalles de ese periodo, retrata con espíritu documental, por un lado, la esencia de la ciudad y la de sus habitantes, y complementa esa falsa objetividad con la dramatización de la vida cotidiana de decenas de personajes que, en uno u otro lado, de una u otra clase social, judíos, socialistas, comunistas, nacionalsocialistas, ácratas, empresarios, construyen un mosaico humano que se reconoce en los barrios de un Berlín irrepetible.

A pesar de la sobrecarga de documentación previa y de su voluntad por crear un numeroso reparto de personajes, Lutes demuestra conocer muy bien los entresijos de la narración dramatizada y, mientras que por un lado prefiere concentrar la pedagogía histórica en los actos y expresiones de sus criaturas, en sus relaciones antes que en el despliegue descontrolado de la documentación, dedica la mayor parte de su atención, y por tanto concentra el principal elemento dramático, en dos personajes: Kurt Severing, un periodista de izquierdas no adscrito a ninguna ideología concreta, y Marthe Müller, una estudiante de arte que llega a Berlín tras vivir un extraño periodo de autismo voluntario provocado por un drama familiar. Presentados desde el principio de la historia, Lutes 'engaña' con habilidad al lector proponiendo a esta pareja como el eje central del drama, pero mientras avanza la historia, casi desde que Müller se instala en Berlín, el lector cree descubrir que van a ser los habitantes de la ciudad los verdaderos protagonistas de la historia; en realidad, y al menos en este primer volumen, Lutes utiliza a Severing y a Müller como mediadores, como observadores casi, como personajes que en su propio destino y con sus propias palabras son testigos de la cotidianeidad de una ciudad convulsa. Lutes parece haber estudiado muy bien no ya sólo la biografía de cada uno de estos dos personajes, sino su destino, su desarrollo ya que, a medida que avanza el tiempo, que pasan los meses, Severing y Müller evolucionan, sufren cambios en sus perspectivas personales, en su forma de entender la vida, como si Berlín fuera, en realidad, un ente vivo más que los moldea a su antojo.

De alguna manera, Severing y Müller son una parte del distinto tratamiento que Lutes concede a sus personajes. A otro nivel, Lutes recrea al ciudadano sin nombre, policía, ama de casa, oficinista, del que apenas conocemos algunos datos mediante sus pensamientos, unos pensamientos sesgados, recogidos en un instante concreto de su devenir diario, que ayudan a componer un retrato más completo de la cotidianeidad de la ciudad. El tercer nivel en cuanto a personajes se refiere está formado por el, a mi parecer, verdadero protagonista de la historia: seres con nombre y apellidos, presentados en su entorno, apurados por sus problemas, personas pertenecientes a todas las tipologías económicas y sociales de la época, de los que Lutes refiere anécdotas y vivencias sin moralizar, con los que vamos intimando, pertenezcan a uno u otro bando, como tratando de explicarse por qué son como son y, sobre todo, por qué actúan como actúan.

Este hormiguero humano censado en el Berlín de entreguerras entra y sale de nuestra vista con una cierta naturalidad. Lutes utiliza un tono más bien pausado para explicarnos sus historias, un tono anclado en un tempo casi real, lleno de espacios muertos, de cosas que no se dicen, de miradas que hablan. Para ello, utiliza una estructura de página más cercana al espíritu de la historieta europea que a la norteamericana, aunque el formato original esté más cerca de un comic-book que de un álbum. Lutes divide las páginas en tres o cuatro tiras, y a partir de ahí rompe la estética cuando lo exige lo narrado; esta dinámica le permite dividir la acción en pequeñas viñetas para las escenas más íntimas, de diálogo, o abrir el campo y generar viñetas de mayor tamaño para mostrar, sobre todo, al otro gran personaje de esta saga: la ciudad. En ocasiones, Lutes, a mi modo de ver, se entretiene en exceso en detalles más nimios o de menor interés que rompen momentáneamente la dinámica de la historia, pero sabe recuperar el tono muy rápidamente. Tampoco aparece muy acertado en algunos flash-backs, sobre todo aquellos que pretenden un tono más pedagógico, que intentan ofrecer información histórica al lector para situarlo; de hecho, la información brota en su mayoría de los propios diálogos de los personajes, y Lutes sabe casi siempre concentrarla y repartirla, situarla en su punto justo, aunque en algunas ocasiones su propio exceso de documentación parece crearle la necesidad de compartirla. Es como si, a veces, Lutes no se fiara de la capacidad del lector para interpretar y asumir convenientemente toda esa información.

Pese a lo dicho, los árboles deben dejarnos ver el bosque. Este bosque, Berlín: ciudad de piedras, es una obra ambiciosa, muy bien llevada por Lutes, bien dosificada, un retrato que se quiere fiel a aquella realidad, un trabajo de amor hacia sus personajes, una muy buena historieta para adultos de la que, no lo olvidemos, apenas conocemos un tercio de su extensión.

Berlín: ciudad de piedras. De Jason Lutes. Astiberri, Bilbao, 2005.

Libro de historietas, cartoné, 25,5 X 20 cm., 216 páginas, b/n, 22 euros.

Reseña de Antoni Guiral. Tebeosfera recibió servicio de prensa de Astiberri.